sábado, 22 de marzo de 2008

Aquel pub


Entre en aquel pub, decorado con elementos irlandeses. Apenas media docena de personas estaban en la barra y solo una pareja sentada sobre una de las mesas de madera y tapete verde.
Sobre la barra del bar colgaban grandes lámparas de metal con pantalla que arrojaban una luz amarillenta dando un aspecto fantasmal a la sala.
Pedí una cerveza guiness y unos cacahuetes y me acomodé sobre un taburete, con mi brazo derecho apoyado sobre la barra.
Y apenas llevaba dos sorbos de cerveza cuando apareció ella…
Era mas bien alta, muy delgada, con una proporción de formas casi perfecta como una Venus griega. De facciones exóticas pero bellísimas y luciendo una cabellera pelirroja se sentó en una de las mesas del salón, exactamente frente a mi.
Vestía una ropa informal pero muy elegante. Blusa amplia de color amarillo claro y una minifalda negra. Unos zapatos de tacón negros, muy elegantes realzaban su figura Es tremendamente sexy, pensé, mientras apuraba otro sorbo de cerveza,
La observé hasta en sus más mínimos detalles. Pidió un cubalibre de Bombay Saphire y la observé como sus sensuales labios brillaban al contacto con la bebida. En un instante una gota del líquido se le resbalo por el rostro y ella sacando la lengua, en un gesto muy excitante, la recogió.
Y pensé que era demasiado bella para que se fijase en mí aunque soñé con besarla porque soñar no cuesta nada.
Apure otro trago de cerveza y al levantar la vista me di cuenta que ella me miraba fijamente. Sostuve la mirada con mucho nerviosismo y entonces ella me dirigió una suave pero maravillosa sonrisa que hizo palpitar mi corazón y temblarme las manos.
Y de pronto descruzó y volvió a cruzar las piernas mostrándome fugazmente la oscuridad de su sexo. ¡No lleva bragas pensé!.
Y en una reacción inusual en mi me levanté con presteza y me dirigí hacia ella sentándome enfrente.
No nos dijimos nada pero nuestros ojos hablaban por si mismos. La cogí de las manos y se las besé y ella me acarició la mejilla.
Nuestras piernas se tocaron acariciándose unas con otras y mi sexo empezó a agitarse.
Y entonces me incorporé de mi asiento lo suficiente para besarla en los labios, un beso eterno, largísimo en el que supimos transmitirnos nuestros deseos.

De repente ella se levantó avanzó por el salón y girando a la izquierda tomo unas escaleras que iban hacia el sótano. Yo esperé a calmarme un poco y que no se me notara la excitación, por el bulto de mi pantalón, y pasado un par de minutos tomé la misma dirección.
Bajé al sótano y vi los lavabos de señoras entreabiertos y que ella dentro me observaba.
Entre y sin hablar cerré el pestillo interior.
Nos abrazamos con pasión mordiéndonos nuestras bocas casi haciéndonos daño. Mis manos acariciaban con frenesí todo su cuerpo notando como ella hacia lo mismo. Acaricié su espalda, su cabello, rostro, sus senos, su trasero apretando este contra mi de manera que mi pene durísimo se refregara contra su vientre
Sentía latir su corazón, como su cara sudaba y sus manos se movían nerviosas acariciándome la espalda. Yo refregaba con frenesí mi sexo contra el suyo.
La apoyé contra la pared hundiéndole mas mi pene en su vientre. Súbitamente ella me lo acarició inundándome de placer. Entonces le subí la falda y vi que solo tenía puestos unos pantis transparentes que adivinaban la oscuridad de su vello púbico.
Me agaché y se los rasgué hundiendo mi cabeza en su sexo húmedo que empecé a besar y a chupar aspirando sus jugos mientras aspiraba su maravilloso aroma a mar. Ella exhaló un grito y entonces me incorporé mientras ella se agachaba y me desabrochaba el pantalón sacando mi pene con presteza y metiéndoselo en la boca con avidez llevándome al éxtasis con su lengua y el calor de su boca.
Subidamente la cogí en brazos abrazándome a ella mi cintura con sus muslos y la penetré con violencia. Cabalgamos con frenesí, con pasión, con violencia. Entraba y salía de ella con total sincronía formando un acoplamiento perfecto, como hechos el uno para el otro.
De pronto ella arqueó la espalda y apretó fuertemente mi sexo con su vagina, empezado a temblar. Y yo viendo que estaba llegando al orgasmo apreté con fuerza penetrándola hasta lo mas hondo y descargué un torrente de semen dentro de ella mientras ambos gozábamos de un maravilloso orgasmo.
Nos abrazamos sudando aun, nos dijimos un te quiero al unísono que nos hizo sonreír y salimos abrazados de allí.
Porque somos el uno para el otro, porque para mi ya no hay mas mujer que ella, porque la amo, porque mi vida ya solo tiene un sentido: amarla

viernes, 21 de marzo de 2008

Milagros, mi prima

Mi prima Milagros pasaba todos los veranos en mi casa en el pueblo. Milagros era tres años mayor que yo, tirando a bajita y con el pelo muy negro. Vivía en un lejano pueblo de Huesca por lo que su acento me resultaba un poco chocante al compararlo con el mío. Cuando yo tenía catorce y ella diecisiete empezó a salir con un chico del pueblo, Germán, un gilipollas según yo y un cielo según ella. La verdad es que me daba celos y me veía impotente de competir con un chico de veinte años. Todas las tardes se iba a bañar a una huerta propiedad de los padres de ese chico, Julián, y a veces venía ya a la caída de la tarde por lo que mi madre, sospechando lo que pudiera haber pasado y defensora de los principios morales mas rancios le reñía. Las tardes y noche de verano se hacían muy largas porque le calor impedía el sueño temprano por lo que las pasábamos charlando en el patio sentados en mecedoras y bebiendo agua del botijo. Eran momentos para contar historias fantásticas y leyendas de miedo que también nos impedían dormir. A veces todos se iban a dormir y quedábamos Milagros yo. Milagros era bastante velluda y siempre iba con falda corta. Y claro está yo le miraba las piernas que eran hermosas y fuertes. Un día le pregunté si se depilaba y ella me respondió que lo hacía pero que en todo el verano no lo había hecho y que por eso tenia un poco de vello. Yo por cortesía le dije que no se le notaba y ella me dijo “compruébalo tú mismo” y tomando me la mano la acercó a sus muslos. Fue la primera vez que toqué a una mujer y mi cuerpo tembló por la excitación, al sentir su carne cálida entre mis manos y notar el vello naciente. Con ese pretexto inocente la acaricié sus brazos y su cintura y mi erección era bien patente, aunque en aquellos momentos yo pensaba que ella no se percataba. Luego todas las noches repetíamos la misma escena como si fuera la primera vez y ella a su vez me enseñaba a bailar lento con lo que era un pretexto par abrazarla. Creo que Milagros venía de estar con Germán bastante alterada y que se desahogaba conmigo, más pequeño y más inocente. Ante de todo esto mi única experiencia de sexo era jugar al escondite con mis chachas y rozarme con sus muslos mientras estábamos debajo de la cama y se les subían as faldas. Mi casa era enorme y tenía entradas por do calles. La entrada principal para las personas y le postigo para suministros y animales. Entrando por el postigo había un patio inmenso y una cuadra enorme que ya apenas se usaba salvo para albergar a una yegua que José nuestro casero del campo usaba par traernos la leche todos los días. Y un día le oí hablar con mi padre que al día siguiente le iban a llevar a la yegua un macho para cubrirla… Al día siguiente estábamos Milagros y yo, arriba en el sobrado tumbados en el suelo boca abajo y mirando hacia abajo a la cuadra donde esperaba ya la yegua. El pensar lo que íbamos a ver y e sentir los muslos de Milagros junto a los mío me supuso un aceleramiento del corazón. Pronto llegaron José y mi padre con el caballo, un macho fuerte, tordo, de muy bella estampa. Muy nervios y que no paraba de relinchar. Soltaron al caballo y se dispusieron a ver el espectáculo tras unas balas de paja. El caballo dio varias vueltas alrededor de la yegua observándola. Milagros y yo nos miramos. Ella se mordió le labio y yo la tomé de la mano. Nuestros muslos se apretaron mas el uno contra el otro. El caballo frotó su cuello contra el de la legua mientras relinchaba y yo puse aun mano sobre la espalda de Milagros y mi nariz buscó su nuca para percibir su olor de mujer. El caballo olió la grupa de la yegua observamos como su miembro empezó a entrar en erección hasta alcanzar un tamaño increíble. Milagros miraba con ojos como platos luego m miró mi. Yo me volteé y le mostré el bulto de mi pantalón. El caballo empezó a hacer círculos alrededor de la lengua rozándola y yo aproximé mi mano bajo la falda de Milagros, acariciando sus muslos cálidos y subiendo hasta palpar su trasero hermoso y caliente. Mis manos acariciaron entre sus muslos y ella abrió sus piernas permitiendo que un dedo entrase en su cueva húmeda y caliente. Luego se acercó a mi y me mordisqueó el cuello transmitiéndome la calidez de su cuerpo.De repente el caballo se situó detrás de la yegua y apoyándose en ella intentó penetrarla. Falló varias veces hasta que por fin, ayudado por José que le tomó el miembro consiguió penetrarla hundiendo todo su falo en sus entrañas. Yo me situé sobre Milagros, permaneciendo esta de espaldas y bajando sus braguitas dirigí mi sexo hacia ella. Me costó trabajo hasta que por fin mi glande encontró su camino y poco a poco entré totalmente dentro de ella notando como se estremecía al notarse llena de mi. El caballo relinchaba nervioso dándole grandes sacudidas a la yegua. Yo entraba y salía con frenesí dentro de Milagros mientras ella veía la escena de abajo y se arqueaba para poder sentir mas intensamente mi polla. El garañón y yo casi al unísono descargamos nuestra semilla y la yegua y Milagros alcanzaron una explosión de placer. Luego Milagros y yo nos abrazamos y sudorosos nos quedamos dormidos con nuestros sexos fuera y acariciándolos el uno al otro. Fue bello y excitante pero jamás hablamos de ello y nunca más se repitió. Acabado el verano Milagros volvió a su pueblo y yo que quede solo. Porque siempre fui un solitario.

Andrea

Andrea Andrea era una chica de mi empresa, del departamento de Compras. Mas de una vez tuve un enfrentamiento con ella debido a temas de trabajo porque su carácter mandón chocaba con el mío mas conciliador pero muy celos de mis tareas. Durante tres años hablamos mucho pero nunca la conocí personalmente porque cuando iba desde mi ciudad a las oficinas de la capital nunca se me ocurrió pasar a verla. La imaginaba con bigote y aspecto de solterona. Un día mi empresa dio una fiesta por Navidad e invitó a todos los empleados que fuimos esa tarde a la capital para asistir a ella. La fiesta fue un éxito y, estando en la barra del bar oí que alguien llamaba a una chica “Adrea” a mis espaldas. Me giré y vi a una chica rubia, alta, de buen tipo y muy guapa. ¿Eres Andrea de compras?., le pregunté algo desinhibido por los tres gin tonics que llevaba ya en mi estómago. Si y tu eres Oscar, me sorprendió… Charlamos animadamente y sentí que la imagen que me había forjado de ella era totalmente opuesta a la realidad. Reímos y charlamos durante casi dos horas y al final unas amigas la llamaron y se marchó. En la conversación me dio que le gustaba la comida sencilla pero de calidad y los restaurantes de estilo minimalista entre otras muchas cosas. Pasó un mes y, teniendo planeado un viaje a Madrid me armé de valor y la llamé. De sopetón le dije te invito el jueves a almorzar y ella con toda naturalidad aceptó con la condición de no hablar de trabajo. Quedamos a mediodía y fuimos aun restaurante sencillo a unos pasos del trabajo. Sintonizamos enseguida por lo que volvimos a comer mas de una vez que fui a la capital. Luego alguna vez le propuse ir a cenar y aceptó. Nos hicimos amigos, mas que amigos porque la tercera vez que cené con ella la acompañé a la puerta de su casa y al despedirme de ella nos besamos. Un día la llevé a cenar a un elegante restaurante el Boston café en un lugar muy céntrico. El local de estilo minimalista, luz tenue y todo el mobiliario de de diseño era el marco adecuado para una conversación agradable. Andrea iba vestida con un traje de gasa muy vaporoso que inducía a pensar en sueño muy agradables. Yo iba de sport con chaqueta y polo. A veces al movernos sus piernas rozaban las mías lo que me producía una agradable sensación. En un momento ella me miro y me dijo: “voy sin bragas, compruébalo”. Yo me quedé estupefacto pero pasé mi mano bajo la mesa pero como estaba frente a mi no conseguía alcanzarla. En esos momentos apareció el camarero con la carta y me tuve que agachar disimulando como si se me hubiese caído algo. La visión fue espectacular. Andrea llevaba puestos medias hasta la mitad del muslo y, con las piernas abiertas dejaba entrever su sexo depilado y sonrosado. Un leve aroma de mujer invadía aquel espacio. Fue un instante en el que me sentí transportado al paraíso, un instante breve, pasado el cual me incorporé y me cambié de sitio situándome a la derecha de ella. Comenzamos la cena y yo sentía como su rodilla izquierda chocaba con mi derecha dándome un agradable masaje. Y yo deslicé mi mano izquierda bajo la mesa. Alcancé su rodilla y sentía el agradable tacto de sus medias. Seguí avanzando a través de sus muslos alcanzando el final de la media y tocando su piel suavísima. Poco a poco mis dedos la acariciaban e iban alcanzando el final del viaje. Llegaron al pliegue de su ingle y pude sentir su humedad. Luego proseguí hasta alcanzar su vulva. Andrea seguía comiendo aunque tenía un rictus de placer y morbo en si cara y me miraba de reojo. Un dedo entro en su sexo y pude sentir la calidez y los fluidos de ella. Estaba caliente tanto como yo. Acaricié su clítoris en círculos notando como ella cerró sus piernas para sentirme mas y luego introduce otro dedo en su vagina para estimulársela. Dejamos ambos de comer concentrándonos el nuestro placer. Ella movía sus músculos contrayéndolos para sentirme mas y yo aceleraba o iba mas lento en el movimiento de mis dedos según la notaba a ella. Pasado un tiempo ella apretó muy fuerte, sus piernas, se puso roja y me apretó fuertemente la mano corriéndose fuerte y largamente. Fue muy bello sentirme unido a ella y darle placer. Saque mis mano de debajo de la mesa y la chupé para tener algo de ella dentro de mi. Ella se levantó, me dio un piquito y me dijo, “voy a empolvarme la nariz”. Y yo aproveché para desacelerar mi corazón y bajar la hinchazón que marcaba mi pantalón... Acabada la cena fuimos a un bar de copas en el centro de la ciudad, un lugar también moderno y muy agradable. Estaba lleno de gente por lo que, cogiéndola de la mano, la llevé hacia la barra. Allí para protegerla del gentío la puse contra la barra y la abracé. Su cuerpo y el mío formaban una sola unidad. Pedí las copas y seguimos así yo abrazado a ella notando como mi sexo crecía tanto que tuve que meter disimuladamente la mano y ponerlo para arriba. Al volver a abrazarla ella sintió mas presión de mi sexo y estampó un beso en mis labios. Yo despacio pasé la mano por detrás de su falda y la deslicé a través de sus glúteos. Sentía su culito redondo y hermoso entre mis manos y estaba en la gloria. Un dedo alcanzó su raja y poco a poco se deslizó hasta su esfínter. Lo acaricié y poco a poco fui presionando en su centro hasta penetrarla levemente. Ella abría las piernas y me abrazada entregándose totalmente a mi. Con mi otra mano le alcancé su sexo y acaricié su clítoris. Y de esta manera, masturbándola, se corrió mientras mi boca y la suya se buscaban. ........ ....... Fue conocerla y experimentar mil y una sensaciones jamás vividas. Cada uno teníamos nuestro propio pasado que se desvaneció al conocernos. Al estar con ella sentía como que mi vida arrancó aquel mismo día que nos conocimos. Aquella noche me llevó a su casa, era la primera vez que lo hacía. Una casa coqueta, elegante en la que destacaban la personalidad que ponía ella con el predominio de los colores blanco y azul, sus preferidos.. y los míos. Era un apartamento pequeño, con cocina, sala de estar cuarto de baño y un dormitorio con una gran cama y un ventanal porque que se podía ver un parque inmenso. Multitud de estrellas decoraban el cabecero de la cama y las paredes. Estrellas de todo tipo de olor forma y tamaño sobre un fondo azul celeste. Andrea me enseñó toda la casa y luego en el salón me besó con dulzura. luego, siempre mandando, me desvistió poco a poco, la camisa, los pantalones, los boxers, los zapatos y calcetines, el reloj...mientras lo hacía iba besando cada centímetro de mi piel con una dulzura y sosiego infinitas y de vez en cuando me daba pequeños mordiscos. Yo me dejaba hacer con los ojos cerrados. Luego me llevó al dormitorio y me dijo que me tumbara boca arriba. Ató mis manos sobre mi cabezas a unas esposas fijadas en el cabecero de la cama y mis piernas abiertas a los pies con unas cuerdas. Me miró y, poniendo una música suave empezó a desnudarse delante mía mientras contorneaba su cuerpo. Tiró por los aires sus zapatos de tacón negros, se puso de espaldas y elevando los brazos se quitó el suéter. Luego dándose la vuelta, pude observar su sujetador de encaje negro y como poco a poco la falda caía sus pies dejándome ver una braguita a juego y unas medias negras a medio muslo con ribetes transparentes. Andrea tenía un cuerpo de diosa. Bien proporcionado, con un vientre plano, una piel de seda pechos en su exacto tamaño con areolas pequeñas, muslos delgados, un culo estupendo y un sexo depilado, precioso y de labios gruesos. Comenzó besándome lentamente los labios y siguió por todo mi rostro, cuello, pecho y vientre mientras las yemas de sus dedos acariciaban mi piel. Todo en ella era suavidad y ternura. Sus ojos me miraban como nadie lo había hecho nunca, incisivos, clavándose en mi , una miraba que derrochaba amor y deseo. Encendió el vibrador y lo pasó por mi cuello, luego por mi ombligo, la cara interior de mis muslos y por fin sobre la punta de mi sexo llevándome a la gloria. Luego me acarició el esfínter anal y, poco a poco, me lo introdujo dentro de mi mientras no dejaba de mirarme. Yo hice intención de besarla y ella acercó sus labios a los míos recibiendo el beso mas bello que nunca sentí. Andrea se sentó sobe mi engullendo todo mi sexo golosa y altiva como una diosa. Sin dejar de cabalgarme me aplicaba el vibrador mientras sus ojos buscaban los míos. Y Andrea entre convulsiones se corrió con sus ojos clavados en los míos. Luego descabalgó y sus manos se asieron a mi sexo masturbándolo con avidez. Y fija mi vista en la suya chorros de esperma salpicaron su rostro y senos mientras yo no paraba de decirle te quiero. Acostaba junto a mi soltó mis ataduras y nos abrazamos. Nunca he querido tanto

Felisa, mi asistenta

Mi casa, la casa de un separado solitario, era un desastre hasta que la conocí. Desde entonces todas las tardes al volver del trabajo me la encontraba limpia, la ropa planchada y una nota con los productos de limpieza que debía comprar. Se llamaba Felisa, una chica de 36 años, rubia, corpulenta, estatura media y sonrisa eterna. La contraté de asistenta tres días a la semana de 16 a 20 horas los L, X y V. Era muy habladora y de esta forma acabó contándome toda su vida incluso aspectos muy personales. Siempre llegaba vestida con pantalones y camiseta ceñidos y a llegar a casa se ponía un chándal para trabajar. Felisa era hipocondríaca por lo que gran parte de su conversación la dedicaba a explicar algún tipo de enfermedad que ella padecía y que los médicos no acaban por descubrir. Y yo con santa paciencia la escuchaba a pesar de maldita la gracia que me hacía a mi a veces oir sus penas. Bastnte tenía ya con las mías Otro de su temas preferidos era hablar de dietas de adelgazamiento puesto que ella siempre estaba a régimen y de tener hijos su gran obsesión puesto que decía que su pareja era estéril según me confesó, añadiendo inmediatamente que “por lo demás funciona muy bien” por si yo albegaba alguna duda de la hombría de su hombre. Felisa olía siempre a colonia barata. Al entrar en casa por ese olor sabía que estaba allí trabajando. Yo, al llegar, la llamaba a voces porque era muy miedosa y quería que detectase mi presencia nada mas entrar para evitarle sustos. Una tarde me vio tomarme la presión arterial y me pidió que si se la podía tomar a ella. La senté en la descalzadora del dormitorio. Procedí a ponerle alrededor del antebrazo el medidor de la tensión. Luego puse la palma de su mano hacia arriba apoyando todo el brazo en el reposamanos de la silla. Fue la primera vez que la toqué y lo hice muy despacio, recreándome en su carne blanquísima. Ella se dejó hacer sin decir nada pero intuía que yo estaba acariciando su piel blanca, cálida y suave. "10-6 estás muy bien de la tensión", le dije. Y desde ese día todo cambió porque empecé a mirarla de otra manera. Felisa no era guapa pero era joven y atractiva, agradable en el trato y sobre todo tenía unos pechos descomunales. Usaba una talla de sujetador de 140 y me hablaba del complejo que tenía por elloe. Decía que luego de tener hijos se operaría. Cuando hablaba de este tema se miraba o se los tocaba y a mi me producía cierto temblor aquello porque mucha veces los pezones se le marcaban a través de la camiseta. Y comencé a mirarla con ojos libidinosos, el trasero al agacharse, el canalillo de los senos cuando se inclinaba, las señales de las bragas a taves del pantalón o del sujetador através de la camiseta y la forma de su pubis cuando, subida en una silla limpiaba la lámpara del salón. Me gustaban sus pies pequeños siempre enfundados en unas playeras blancas y sus manos pequeñas y delicadas. Un lunes cuando me comentaba que había pasado el domingo en la playa me dijo que se había quemado y que se le notaban marcas del bikini. Entonces se bajó el escote de la camiseta enseñándomelas. Y ante mi vista pude ver una buena porción de esas dos hermosas tetas, grandes y turgentes, separadas por su atractivo canal, las cuales realmente estaban algo rojas por la exposición al sol. Le dije que si había hecho topless y me contestó que con esos pechos tran grandes la gente la miraría demasiado que le daba vergüenza y yo le doje que esos pechos tan hermosos no deberían estar siempre ocultos, a lo que ella sonrió un poco azorada. Entonces yo, excitado, le pedí me los volviera enseñar. Yo llevaba un pantalón de deporte algo ajustado y corto muy por lo que al volver a ver sus hermosas tetas tuve una erección instantánea y mi glande se asomó bajo el pernil del pantalón lo que adiviné porque Felisa me miró a la entrepierna muy nerviosa, ruborizándose. Su pecho se movía al compás de una respiración agitada y sus pezones empezaron a marcarse a través de la camiseta. Sus ojos brillaban com odos ascuas y gotas de sudor aparecieron en su frente. Ella se dió cuenta que que yo se los miraba y se tapó el pecho con un brazo. Entonces me acerqué a ella y sin mediar palabra la besé entre sus hermosos pechos mientras mis manos los acariciaban. Fue una eternidad lo que pasó mientras ella permanecía quieta, sin articular palabra. Pero noté como se le aceleraba el corazón y su pecho se perlaba de gotitas de sudor desprendiendo un intenso olor a hembra. Luego mi lengua subió a su cuello lamiéndole muy despacio y por fin a su boca donde se perdió dentro de ella. Mi mano se introduzco bajo su pantalón y alcanzó su vientre notando una quedad intensa entre un bosque de vellos rubios y suaves. Le metí un dedo y acaricié su clítoris. Luego llevé un dedo húmedo mi nariz, lo olí y le di probar sus jugos. Entonces le bajé su pantalón y bragas, unas bragas pequeñas de color negro y, sacándome la polla erecta y enrojecida, la cogí en brazos y se la metí de un trallazo. Ella gimió levemente y me abrazó con fuerza. La penetración fue total por lo húneda que estaba. La apoyé contra la pared y mientras me rodeaba el cuello con sus brazos la bombeé con fiereza con un deseo bestial, poseído de una lujuria infinita porque la estaba deseando desde hacía mucho tiempo. Ella se abrazaba fuertemente a mi abriéndose para coseguir una pentración ma intensa y no parábamos ambos de sudar envueltos en un inusual combate. Enseguida empezó a convulsionar y yo al notar que llegaba su orgasmo la penetré con fuerza y me corrí mientras besaba su cuello con frenesí y ella me arañaba la espalda. Estuvimos abrazados un tiempo, nuestras respiraciones aún jadeantes hasta calmarnos. Olía a sexo y a sudor. Luego no separamos, duchamos juntos y vestimos. Y ella silenciosa se marchó. ………. ………. El siguiente día, miércoles, en que la vi al legar a casa, la tomé de la mano y sin decirle nada la llevé al dormitorio desnudándola lentamente y besando cada porción de su piel. Olía a limpia, a jabón, a gloria. La tumbé en la cama, la abrí de piernas y observé su coño sorosado cuyo vello había recortado quedando solo una leve capas de pelo. Me arrodillé y se lo comí mentras ella apretaba mi cabeza contra su pubis. Luego me subí encina de ella y la penetré con suavidad. Ese día la follé lentamente casi desesperadamente despacio, sintiendo cada instante su vagina, sus muslos, sus pechos pegados a mi pecho. Ella gemía suavemente mordiéndose los labios y se corrió varias veces dando pequeños grititos. Creo que estuvimos cerca de dos horas así. Yo me corrí al final de manera dulce pero abundante, derramándome dentro de ella. Luego repetimos el ritual de la ducha. ………. ………. Pasó un tiempo en el que la enseñé todos los secretos del sexo que ella nunca había probado y un día me dijo que ya tenía lo que deseaba y se marchó. ………. ………. Y al cabo de un año un día la vi de lejos paseando un carrito y se la veía feliz con su bebé. Y yo me sentí el hombre más caritativo del mundo.

Un sueño hecho realidad

Un sueño hecho realidad



Entre en el moderno edificio de piedra y cristal ubicado en la avenida mas bonita y cara de la ciudad. La recepcionista me miró con atención y un gesto entre de estupor y envidia al verme. Me había arreglado a conciencia y esperaba sorprenderlo ese soleado día de otoño. Llevaba un traje de chaqueta negro, medias y tacones altísimos del mismo color. Iba poco maquillada y con el pelo suelto. Sabía como arreglarme para estar muy atractiva y, esa mañana lo había comprobado a tenor de las miradas de los chicos cuando caminaba por la calle. Y ese día me sentía guapa, guapa por y para y solo para él. Lo amaba, lo deseaba y quería dárselo todo, entregarla hasta mi último aliento de amor.
Por el no sentía sexo, esa era una palabra que estaba en un nivel muy inferior a la sublime atracción que me suscitaba. Nunca me había atraído de esa manera un hombre, nunca había querido poseer el cuerpo y a la vez el alma de un ser humano como quería con él. Vivía para el, soñaba con el, toda mi vida estaba orientada hacia la suya. Si alguien pudiera entrar en mis pensamientos creería que yo soy una mujer anticuada en total sumisión a un hombre. Nada mas lejos de la realidad. Soy una mujer enamorada, con un amor total y sublime hacia mi amado. Y lo que hace aun mas grande ese amor es tener la certeza que el siente exactamente lo mismo por mi. Si, soy afortunada, se que no es tan raro amar con locura a un hombre. Lo realmente difícil es que ese hombre te quiera a ti a la vez con la misma fuerza con que tu lo amas. Y eso ocurría en nuestra relación.
Nunca le había visitado en su ciudad y menos en su centro de trabajo. Además no le había avisado que venía. Quería darle una sorpresa.
La recepcioncita me indicó la tercera planta y cogí el ascensor para llegar hasta allí. Se me hizo una eternidad llegar hasta sus oficinas. Estas eran modernas y funcionales todas decoradas con los colores corporativos de su empresa. Me recibió a la entrada una chica joven, muy guapa. No me hizo mucha gracia a verdad, que fuese atractiva y una oleada de celos invadió mi corazón. Yo soy muy celosa, lo reconozco, creo que demasiado. Pero le quiero y deseo que el sea solo para mi. Pareceré antigua, bueno, seré antigua en ese sentido pero el es solo mío y de ninguna mas. La verdad es que nunca me ha dado motivos importantes de estar celosa pero no puedo evitarlo. Se que tiene éxito con las mujeres lo que a la vez me gusta y me disgusta. Peor es solo mío, ¡solo mío! Y no quiero aplicar ninguna racionalidad a esta afirmación. Tal vez porque el amor no es racional. Es un fortísimo sentimiento que nace en el corazón y que no tiene relación con el cerebro.
El también es celoso aunque trate de disimularlo...sabe que me miran por la calle, sabe que soy muy atractiva, pero quizás trata de no agobiarme y de no parecer machista. Por eso creo que es disimula mas celos. Pero yo los noto en ciertos momentos. Por ejemplo cuando estamos con amigos y charlo animadamente con alguno de ellos, el me presiona suavemente mi brazo. Cuando en una fiesta me aparto de el noto que me observa con disimulo y que , a veces pasa por mi lado y me hace una caricia o me pregunta si deseo una copa. Creo que trata de no agobiarme, que aguanta sus celos porque quiere que sea feliz. La verdad es que a mi me gusta que se porte así aunque nunca se lo voy a decir porque quiero mantener vivo esos pequeños celos que lo hacen mas atractivo y deseable para mi.
Eso si cuando alguna se le acerca con ganas de coquetear con el yo reacciono rápidamente y voy al quite. El es muy amable con todo el mundo y a veces las otras mujeres entienden algo muy diferente. Y entonces llego yo y pongo las cosas en su sitio: le cojo del brazo, le arreglo el pelo o la corbata, le quito una mancha del odioso carmín de alguna de su mejilla, en fin que “tomo posesión” de él que para eso es mío. Nunca me dice nada pero estoy seguro que a el le gusta que yo sea así.
Jugamos a un juego que nunca comentamos pero que nos gusta. La verdad es que estoy seguro de que me ama con locura y que soy la única chica para el. No para de decirme que me quiere y cuando se lo digo yo hace como que no oído bien para que se lo repita de nuevo, ¡el muy canalla!, mi adorable canalla.
Y yo me pregunto, ¿cómo amará un hombre?, ¿sentirá en su corazón lo mismo que una mujer siente?. Dicen que el hombre siente primero sexo y luego amor. Pero con el se rompe esa teoría. El me quiso antes como persona que como mujer, estoy segura de ello. Buscó primero conocerme como persona, escucharme y ser alguien en el que apoyarme. Comprendió que yo era una mujer de carne y hueso, una mujer real y se alejó de las idealizaciones. Me aceptó con mis defectos aunque supo apreciar mis virtudes. Y solo después de asumir todo eso, solo después también me deseó con pasión.
No creo que otros hombres sena como el . Y tampoco me importa. Me importa el, solo el.
Tan bien yo le he dado mucho. Le he querido y le quiero como nunca he hecho con nadie. Quizás sea menos expresiva que el, una chica del norte no tiene la misma manera de comportarse que un chico del sur. El es expresivo, como barroco, extrovertido y muy romántico. Quizás yo no sepa hacer una análisis de cómo soy pero creo que he sabido quererlo, y ser su complemento en muchas cosas. También creo que en muchos aspectos nos parecemos muchísimo y esa es una razón para nuestro amor. El también ve en mi un cariño sublime lo ha sabido ver y valorar algo que nunca creí capaz de que pudiera hacer un hombre, ¡son tan torpes para algunas cosas!.
Bueno, parece que la recepcionista viene hacia mi, si se acerca...
Me dice que me espera en su despacho y me indica aquella puerta marrón del fondo. Ya sabe que estoy aquí, que soy yo, ¿cómo le sentará la sorpresa?, ¿estará ocupado?, ¿cómo será su despacho?.dios mío ¡estoy muy nerviosa!
A veces tengo miedo, ¿miedo?, si miedo de que algo tan bonito termine, miedo de que se busque otra chica y se olvide de mi, miedo de que algún gran problema se interponga entre nosotros. Se que no llevo razón al pensar esto peor cuando hemos tenido algún pequeño enfado he sabido valorar lo que podía perder. No, no tengo razones para pensar en perder su amor pero debo de ser consciente de la felicidad que he encontrado, para luchar por ella.
El tiene amigas, tiene su vida, y se que gusta a otras. Y a mi eso me da muchos celos, no puedo evitarlo. Pero se que el me cuenta siempre la verdad, y que me es fiel. Tampoco me gustaría que no gustase a nadie la verdad. No me gusta pensar sobre su vida anterior porque siento que este hombre es solo para mi, aunque acepto su vida pasada como el acepta la mía.
Pero quiero que solo piense en mi, solo viva para mi, solo me desee a mi, solo me mire a mi, todo todo para mi. Soy posesiva pero estoy segura que a el le gusta porque cuando le digo esto se le encienden los ojos.
Nos parecemos en muchas cosas. Somos trabajadores, ordenados, inteligentes aunque peque de falta de modestia, románticos aunque yo diga que el es mas y no es así, dulces, cariñosos, apasionados, con mal genio ( yo mas que el), cabezotas, elegantes ( yo mas), soñadores ( el mas) y muchas cosas mas que tenemos en común.
¿Qué es para nosotros el sexo?. Creo que un complemento muy importante del amor de pareja pero no lo único. Cuando vivimos momentos de pasión ambos pensamos que nuestra relación no tiene que ver nada con lo que se llama sexo. Es algo sublime en el que nos damos muestras de cariño muy íntimas. Contemplarnos desnudos haciendo el amor no tiene nada que ver con una escena picante. Para ambos supone una entrega total a la otra persona. El me dijo que las fotos sensuales que tiene de mi, cuando las mira lo hace con una ternura infinita. Me gustó esa frase porque el por encima del deseo que siente de hombre a mujer, cuando mira mi cuerpo ve el cuerpo de su amada.
Yo adivino cuando el tiene deseos de mi, pero también cuando siente ternura, cuando quiere bromear, cuando está romántico, cuando triste, etc...
En ese sentido lo conozco muy bien. El en cambio tiene aun mucho que aprender de mi, le falta mucho para conocerme. A veces comenzamos a hablar y yo estoy algo enfadada por cualquier cosa y el no acierta a darse cuenta. Quiere que se lo cuente así a las claras y a mi no me apetece. Es el, el que se tiene que dar cuenta de que me encuentro mal y hacer un esfuerzo por entenderme. Yo no quiero que me busque la solución a mis problemas en plan “ hombre inteligente que lo soluciona todo”. Yo solo quiero que adivine como estoy y me trate según mi estado anímico y que sepa escucharme.
Creo que los hombres son muy torpes para ciertas cosas. Carecen de la intuición femenina. Se que el pobre hace un gran esfuerzo en comprenderme y que cuando no lo consigue se deprime. Además yo que tengo arranques de mal genio pues a veces lo corto. Soy así. Creo que en esto ambos tenemos que mejorar y de hecho hemos mejorado aunque el proceso sea lento.
Una de las frases mas bonitas que me ha dicho, y lo ha hecho repetidas veces, es que me quiere como soy y no desea cambiarme. Esto a mi me hace relajarme y no intentar ser mas de lo que soy.
El también al principio me decía unos piropos demasiado grandilocuentes que llegaron a incomodarme. Yo le decía que exageraba y que no era perfecta, Luego se percató de ello y entonces fue cuando creo que se dio cuenta de que era mucho mas bonito amar a un ser real.
Luego están los problemas de cada uno. Los míos son muy dolorosos y los he de pasar sola. El no acaba de comprender eso y se obstina en ayudarme. Otra vez la manía masculina de querer buscarle soluciones a todo. Si me siento mal, deseo estar sola y meditar sin interferencias. Se que el en su buena intención trata de ayudarme pero no acaba de conseguirlo. Lo que yo quiero de el es que me espere con paciencia a que yo le diga “Pedro ahora ya podemos hablar”. Pero mientras tanto que no me agobie. Que me espere callado a la puerta de mi casa hasta que yo le diga, pasa y entra.
Me puede enviar correos con sus cosas y mensajes a mi móvil, pero que tenga paciencia y me espere. Se que para el, hombre al fin y al cabo esto es duro, y se además que lo pasa mal, pero espero que lo comprenda. Pero no he de decirle yo esas cosas, el es el que las debe de entender, ¡pero que torpes son los hombres!.
Yo le quiero pero me cuesta trabajo decírselo, al contrario que a el, pero le quiero y que comprenda que no se ama mas por decirlo cada cinco minutos, ay si pudiera comprender cuanto le amo!. Si, claro que lo comprende...
Me acerco a la puerta de su despacho, abro la puerta y... ,huele a “eau de cologne” de Loewe, jejeje. No puedo hacer otra cosa que quererle...
Estaba sentado frente su mesa.. Vestía un traje gris oscuro y llevaba la chaqueta puesta, señal de que lo había hecho para parecerme mas guapo y elegante. Camisa cruda de seda y corbata azul roja clara con pequeños cisnes, que me hicieron sonreír, le hacía muy atractivo.
Le dije simplemente hola “hiho” con ese tono de interrogación y acento bilbaíno que se que tanto le gusta y me dirigió una sincera sonrisa de esas que son imposibles de falsificar. Se levantó y sin decir una palabra fue hasta mi y me abrazó. Un abrazo suave , muy largo y delicado, todo ternura. Creo que nunca me había abrazado así. Sentí su cuerpo presionar suavemente el mío, me ofreció su cuello y pude aspirar el aroma de mi colonia de hombre favorita, y aproveché para besar levemente su cuello, apenas rozándole mis labios. En ese momento pensé cuanto amaba a este hombretón fuerte, de 90 kgs de músculos y huesos. Un hombre con ese aspecto físico que sin embargo era delicado y romántico.
Levantó la cabeza y nos miramos fijamente durante un momento que se hizo eterno. Me tomó de las manos y las puso sobre su corazón, luego las besó con dulzura. Rodeó con sus brazos mi cintura y me atrajo hacia el. Comenzó a recorrer todo mi rostro con pequeños besos que me hacían cosquillas: mejillas, frente, barbilla, ojos orejas, cuello.... me hacían estremecer. Yo acariciaba su nuca y lo miraba como solo una mujer enamorada puede mirar a su hombre. Si “ mi hombre” solo mío, solo para mi.
Acarició mi cabello con la punta de sus dedos, jugando con ellos. Adoraba mi cabello y a veces me lo besaba lo que me producía un sentimiento muy especial. Para mi era un beso de amor, un beso que solo era el capaz de sentirlo y hacerme sentir.
Me atrajo mas fuertemente hacia el y me besó en los labios, al principio apenas presionado los míos y luego, poco a poco hundiendo su lengua hasta que ambos exploramos nuestras bocas. Poco a poco el beso amoroso y tierno se fue convirtiendo en uno apasionado sin perder mucha la ternura que había en el. De vez en cuando se detenía y me miraba con esos ojos que penetran siempre hasta le fondo de mi alma, diciéndome mucho mas que con palabras lo que sentía por mi. Me abrazo con mas fuerza apretándome contra la mesa y yo pude sentir su sexo, hermoso y duro como palpitando se apretaba contra mi vientre y yo experimenté como una descarga eléctrica en mi intimidad y respondí presionándolo a la vez.
Fui hacia la puerta y eché el seguro y caminé de nuevo hacia a sus brazos. El me los abrió para recogerme y pude observar el bulto de su pantalón que indicaba su explosión amorosa.
Me abracé de nuevo a el, le quité la corbata y comencé a desabrocharle lentamente su camisa. Luego le besé con dulzura su pecho y acaricié toda su piel. Sentía sus manos que me presionaban mi espalda cada vez que yo le daba pequeños mordiscos en sus pezones. Mientras mi lengua recorría el surco de su pecho y mis manos abrazaban su espalda, el introdujo sus manos por debajo de mi blusa, suavemente me desabrochó el sujetador y acarició con suma delicadeza mis senos consiguiendo que mis pezones se pusieran erectos al contacto con su piel.
Me desabrochó la blusa con nerviosismo y comenzó a besar mis pechos, luego a chuparlos y posteriormente a mirarlos que dándose extasiado ante ellos.
Nos volvimos a abrazar, ahora sintiendo el roce de la piel del otro, pecho contra pecho y yo pude embriagarme con el calor de el y el tibio aroma de su agua de colonia mezclado con el olor natural de su piel. Era el aroma de mi ser amado.
Me acarició mi trasero afrentándome muy fuertemente y yo sentí un deseo inmenso de ser poseída totalmente por mi amor. Introduje mi mano dentro de su pantalón y acaricié su sexo palpitante. Era grande y hermoso y me hizo desearlo aun mas. Quería saborearlo, olerlo, besarlo y sentirlo muy dentro de mi. Pude observar como su corazón se aceleraba como un caballo al galope.
De pronto el se agachó y, subiéndome la falda, me bajó las medias y mis braguitas deleitándose en la contemplación de mi sexo, sonrosado y cuyo vello castaño, adivinada mi intimidad ya húmeda por el deseo de ser poseída por él. Acercó su boca y lo besó mientras me decía que me amaba y sus ojos se humedecían por las lágrimas. Yo sentía un inmenso placer a la par que una inmensa emoción. Siempre pensé que llamarle a esta relación sexo era infravalorar nuestro amor. Era muchísimo mas que eso. Era el fundirse dos cuerpos y dos almas.
Le tomé de las manos y le hice incorporarse. Entonces me agaché y sacando su pene del pantalón lo bese recorriéndolo desde la punta hasta su base. Era mi pene, solo para mi, el sexo de la persona que amaba, el que recorría cm. a cm. besándolo, acariciándolo queriéndolo.
El fue entonces el que me levantó, nos besamos sintiendo en nuestros labios el sabor de nuestros sexos, y luego apoyándome contra la mesa, me abrió las piernas acariciándome de nuevo los labios de mi sexo y entonces me penetró suave pero profundamente. Yo sentía estar en el cielo y cerré mis piernas sobre su espalda , tendiéndome boca arriba en la mesa, esparciendo los papeles que había en ella y abandonándome a mi mando que me embestía con ardor mientras nos mirábamos a los ojos.
Fue una penetración total, un acoplamiento prefecto de dos cuerpos y dos almas. Y bailamos la danza mas maravillosa que pueden dos seres humanos. Y nos dimos la vida el uno al otro y el me entregó su semilla que yo absorbí en un éxtasis sin igual.
Acabamos exhaustos, abrazados sobre la mesa sudorosa, mirándonos , besándonos y diciéndonos esas frases que solo en la intimidad nos dedicamos.
Nos vestimos y arreglamos. Luego nos fuimos a comer y ya no volvió al trabajo. Era un día para mi, el era mi esa tarde al 100%.
Tarde volví a casa, prefiriendo hacerlo sola y caminando para recordar todos los momentos vividos con mi amor. En un momento metí la mano en el bolsillo derecho de la chaqueta y noté que había allí una especie de sobre pequeño. Lo saqué y pude ver que era una sobre de agua de colonia de Loewe, con una nota manuscrita por el que decía: “Te quiero A.”
“Y yo a ti” dije en voz alta mientras una anciana me miraba sorprendida al ver que estaba hablando sola.
Y nadie era mas feliz que yo. Esa noche soñaría con el de nuevo pero hoy había experimentado , no un sueño sino una realidad de amor.

Dime que no fue un sueño


Era un hermoso camping situado al otro lado de la carretera, junto donde acababan las marismas y al lado de unas colinas que se extendían a lo largo de la misma. En dirección oeste se llegaba al pequeño puerto pesquero de el Terrón, situado a unos 3kms, mientras que en dirección opuesta se encontraba a1 km la urbanización de la Antilla.
Desde el camping se podía divisar la gran extensión del terreno pantanoso de agua salada, cubierto de una vegetación muy singular, mientras que al fondo se divisaban las dunas de arena que bordeaban la playa.
Era la primera vez que salían de viaje juntos, lo suyo era un amor “al primer e-mail” , lo que en estos tiempos del ciberespacio marca la diferencia entre, lo material y lo espiritual. Se habían conocido y se habían enamorado instantáneamente, con un amor tan profundo que nada ni nadie los separaría ya. Tanto era así que jamás se separaban, salvo el tiempo imprescindible para las necesidades fisiológicas y de higiene.
Si, se querían, se amaban con un sentimiento profundo, algo que llamaba la atención a todo el mundo porque ese amor, que parecía sacado de una novela romántica, era algo real.
Ella se llamaba Iratxe, vizcaína de Bilbao, mujer muy joven, de rasgos exóticos, bellísima, alta, delgada, ojos verdes seductores, cabello de fuego, sonrisa dulce y con una alegría con un toque de inocencia que la hacía ser querida por todos. Si las princesas de los cuentos existieran, Iratxe tenía que ser una de ellas.
Pese a parecer aparentemente ser una mujer frágil, esa impresión se desvanecía al oírla hablar con ese delicioso acento de la gente del norte, denotando que la dulzura y el carácter eran algo completamente compatible en esa joven.
El se llamaba Pedro y era hombre maduro, de estatura mediana y complexión robusta. Su acento denotaba ser andaluz aunque su carácter desmentía ese tópico que sobre la gente del sur tiene alguna gente. Porque Pedro era un hombre aparentemente muy serio aunque si se le trataba se descubría en el un carácter enérgico pero ala vez muy amable con un toque de humor irónico, como mezcla de andaluz y persona del norte.
Habían llegado esa misma mañana, después de un largísimo viaje desde Bilbao. Apenas descansaron y, después de inscribirse en el camping y montar la tienda, cogieron el pequeño tren que los llevó directamente a la playa de la Antilla donde pasaron todo el día, tomando el sol, bañándose, jugando, riendo, besándose, paseando cogidos de la mano, comiendo pescado en un chiringuito, en definitiva, siendo muy felices porque el mundo para ellos se reducía a ellos dos.
Volvieron al camping cuando caía la tarde y el disco rojo del sol se sumergía en las aguas de la marisma, apagándose, para milagrosamente asomar por el extremo opuesto a la mañana siguiente, el milagro de la vida. Pero de inmediato una hermosa luna llena le sustituyó en el cielo, dando reflejos de plata a este pequeño mar interior.
Se ducharon y cambiaron, descansando en el interior de la tienda. Pedro estaba agotado por el viaje y el día en la playa y se quedó completamente dormido…
Iratxe, no quiso despertarlo y, después de pensarlo salió de la tienda y paseó por el camping. Al ver poca actividad allí, salió la exterior y anduvo por un pequeño sendero que le llevó directamente al comienzo de la marisma. La luna llena hacía que la visibilidad fuese casi perfecta e Iratxe gozó con el espectáculo de la naturaleza. Era la bajamar y gran parte de la marisma estaba desprovista de agua, observándose centenares de cangrejos violinistas que, como en una danza perfecta se alimentaban al unísono del limo del suelo.
La marisma la formaban multitud de canales de agua, que aquí llamaban caños, separados por un espeso y particular matorral de color verde intenso, un tipo de planta que puede vivir en agua salada.
Siguió caminando hasta que el suelo se fue elevando, sustituyendo la arena al limo y observando una multitud de plantas que hacían que las dunas se fijasen y permitiesen a la marisma defenderse del embate de los temporales.
Subió al o mas alto de una duna y contempló un maravilloso mar donde la luna reflejaba su luz haciéndolo de plata.
El mar que Pedro había visto desde su infancia, tan distinto al de su tierra del norte pero tan bellos ambos. El mar de la persona que amaba y que ahora también era su mar. Y sintió un estremecimiento al comprender cuanto amaba a Pedro y que felices eran los dos. Para ellos se abría un mundo maravilloso. De sus ojos se escaparon unas lágrimas, al sentirse tan feliz. Ojalá esto nunca acabe, pensó.
Miró el reloj sobresaltada, ¡habían pasado tres horas desde que abandonó el camping!. Nerviosa emprendió el camino de vuelta…
Sobre el cielo se habían situado unas nubes que ocultaban parcialmente la luna dificultando la visión y por lo tanto reconocer el sendero.
Llevaba caminando un tiempo indefinido cuando descubrió que se había perdido porque nada de lo que veía le era familiar. Estaba en un lugar menos húmedo, como una antigua marisma desecada, evidentemente por ese lugar no había pasado en el camino de ida.
Se puso muy nerviosa y aceleró el paso, al poco comenzó a correr, las plantas espinosas le arañaron las piernas, corrió durante muchos minutos hasta que dio un mal paso y cayó al suelo. Tuvo suerte de no hacerse daño al caer sobre un arbusto de retama que amortiguó el golpe.
Y comenzó a llorar. Por que cuando era tan feliz la vida le volvía la espalda. Por que no tenía ella derecho a amar y ser amada, a vivir junto al hombre que ella había elegido , toda una vida. Por su mente pasó toda la historia de su vida con Pedro: como le conoció en Internet, como simpatizaron ambos en cuestión de pocos días, la primera vez que el le dijo que la amaba, su primer beso, las dificultades para salvar su amor, tantos y tantos momentos maravillosos juntos.
Y recordó la textura de su cabello, el olor de su piel, el roce de sus labios, los latidos de su corazón cuando la abrazaba…
Y decidió que tenía mucho por lo que luchar, que no se daría por vencida, que ella había superado mil y unas dificultades en la vida, que había peleado y conseguido el amor del único hombre a quien había amado de verdad y que nadie le iba a arrebatar todo eso.
Se levantó y comenzó a caminar de nuevo, las nubes se habían marchado y podía ver con mas claridad. De pronto pudo distinguir en el horizonte el resplandor de algún lugar poblado y su corazón latió con mas fuerza.
Al lado del sendero justo donde hacia este una curva hacia la derecha vio la sombra de un hombre con una linterna. Súbitamente esta le iluminó el rostro. E Iratxe estalló de alegría, ¡Pedro! Gritó y ambos corrieron a encontrarse, estallando en un abrazo inmenso.
Se besaron una y otra vez, se dieron una y mil caricias, esas que solo saben darse aquellas personas que se aman de verdad y que han temido no volver a encontrarse. Y reemprendieron la marcha estrechamente abrazados, cubiertos por sendas mantas que Pedro había traído consigo.
Ambos estaban conmocionados por lo vivido y se apretaban con fuérzale uno contra el otro, nunca mas se separarían.
Pedro le prodigaba multitud de caricias y mimos a Iratxe y esta le respondía con el mismo amor.
Se detuvieron un momento y Pedro la tomó entre sus brazos, mas bien la envolvió con todo su cuerpo y ella sintió su calor, se sintió protegida, amada, era de nuevo una mujer dichosa.
Miró a Pedro y vio como numerosas lágrimas corrían por sus mejillas. Y ella las limpió con sus labios, saboreando a la persona amada.
Se besaron, lo hicieron como nunca lo habían hecho, como si ese fuera a ser el último beso, como si el mundo se fuera terminar en unos minutos y hubiera que apurar la ultima gota del cáliz de su amor.
Extendieron las mantas sobre el suelo, en un lugar en el que el césped formaba un colchón natural. Se volvieron abrazar, esta vez con un inmenso deseo, con una gran pasión. Pedro le acarició la espalda y la besó en el cuello. Iratxe le quitó la camiseta y le besó el pecho. Iratxe le pidió a Pedro que le hiciera el amor…
Pedro la abrazó por la espalda, acariciándole los senos por debajo de la camiseta de algodón mientras del besaba el cuello haciéndola estremecer de manera que se apretaba contra el para así sentir con mas intensidad el sexo duro de su enamorado.
Se desnudaron el uno al otro muy despacio, repartiéndose mil caricias, dirigiéndose miradas de amor, transmitiéndose frases que solo los enamorados saben decirse.
Pedro le besó los senos, lamiendo y chupando con avidez sus pezones. Luego se arrodilló ante ella y repartió mil caricias por su ombligo bajando hasta su vientre húmedo y hundiendo su rostro allí en lo mas íntimo de la mujer que tanto amaba. Iratxe, mientras tanto, le acariciaba el cabello, manteniendo los ojos cerrados paraasí recibir con mas intensidad las caricias que le prodigaba su enamorado.
Ella, para retrasar el supremo goce, hizo incorporar a Pedro y tomándolo por las mejillas lo besó tiernamente en los labios, saboreando al unísono el sabor del sexo de ella que Pedro traía en sus labios.
Se tendieron en la manta. Ella hizo poner a su amado boca arriba, tomando su pene con las manos y comenzando a acariciarlo. Pedro sintió una oleada de placer y un intensísimo sentimiento de ternura, ¡Dios mío como la amaba!. Luego ella abrió su boca y chupó con avidez el miembro de su ser amado. Pedro le decía cuanto la amaba, con frases nerviosas y entrecortadas, por el inmenso placer que Iratxe le transmitía.
Se tumbaron de costado, uno en frente del otro, mirándose a los ojos, tocándose, hablándose, prodigándose mil caricias. Recorrieron sus cuerpos una y otra vez, Se mordieron, acariciaron, besaron, olieron, saborearon. No dejaron ningún rincón del cuerpo del otro sin explorar, sin amar, sus piernas enlazadas como los sarmientos de una vid, sus manos que se buscaban una y otra vez, sus bocas que estallaban al contacto de la una en la otra.
Ella se moría por tenerlo dentro y le pidió que la penetrara, poniéndose boca arriba, abriéndose a el y mostrándole su hermosísimo sexo.
El se incorporó sobre ella e introdujo su pene duro y turgente, lentamente pero con extrema facilidad en el interior del sexo sonrosado de su amada dando ambos un suspiro de placer.
Se abrazaron como queriendo fundir sus cuerpos, ella mordía el pecho de el y Pedro no paraba de besarla. Cabalgaron el mas dulce de los caminos, amándose como nunca lo habían hecho dos seres humanos. Y Pedro le entregó el jugo de su amor a Iratxe, e Iratxe lo recibió como el regalo mas preciado.
Abrazados y acurrucados entre las dos mantas, yacían ambos, con la paz y el sosiego queda la felicidad. Se durmieron, la cabezada ella sobre el pecho de el…
…ella despertó al alba, cuando el disco rojo asomaba entre las chimeneas que a lo lejos conforman el polo industrial de Huelva. Se encontró boca arriba, sin la manta superior que recordaba la cubría, con los senos, el vientre y el cabello llenos de pequeñas flores. Miró al frente y a contraluz se silueteaba la figura de su amado que le daba los buenos días y le extendía la mano para que se levantase.
Subieron una alta duna que tenían en frente y accedieron a una playa en la que a unos 200 metros se adivinaban las siluetas una serie de chalets justo al borde de la misma playa.
Pedro miró el bellísimo cuerpo desnudo de Iratxe y copudo menos que sentir de nuevo un escalofrío de deseo. Y cogidos de la mano se adentraron en el mar que en esa mañana les recibió en sus aguas cálidas y mansas que traía el viento de poniente.
Salieron del agua, se vistieron y se encaminaron hacia la zona de chalets. Ya era de día y se sentaron en un pequeño bar llamado los Ángeles. Desayunaron con avidez, sin de mirarse, se entrelazar sus manos, de sentir la caricia de las rodillas del otro bajo la mesa.
Pasearon luego, muy abrazados hasta la parada del pequeño tren que les llevaría al camping….
……………….
Si dos personas realmente se aman, sus sueños se convertirán en realidad. Y algún día, Pedro e Iratxe se amarán en aquellas dunas.

jueves, 20 de marzo de 2008

Aquella tarde de primavera


¿Pueden existir dos mundos simultáneamente?
Enem
El se puso a recordar...
Enem sentía que gran parte de su vida la había dedicado a trabajar y a cuidar de sus hijos. Enem tenía un buen trabajo, era bien considerado socialmente, pero no era feliz Poco a poco consumía su vida, y, llegando ya a la madurez, necesitaba darle un aliciente mas a su vida con un matrimonio destrozado, muerto acabado. Porque Enem necesitaba algo que no se compra con dinero, algo que es lo mas importante para un ser humano. Enem necesitaba el amor de una mujer. Necesitaba amar y ser amado. Su vida había estado marcada por demasiados convencionalismos sociales y el quería escapar de aquel corsé que lo oprimía y no lo dejaba respirar
Enem conoció a una chica en Internet. Poco apoco se hicieron amigos. Pero empezó a surgir entre ellos algo mas que amistad. Enem que en eso era muy ingenuo, como casi todos los hombres, no se atrevía a decirle nada a Christel, que así se llamaba, la chica, porque temía dañar esa amistad tan bonita.
Ella siempre lo defendía cuando lo atacaban en lo personal, pero le reñía cuando creía que actuaba mal. Y el sea acostumbró a sus riñas y leía sus mensajes en los paneles, descubriendo cuanta dulzura y humanidad había en ellos.
Y Enem empezó a quererla, sin haberla visto nunca, ni siquiera en fotos... y pensando en ella aquella tarde de primavera se durmió ...
Christel

Chirstel era una chica muy hermosa, inteligente e instruida. Poseía un corazón a pesar de su fuerte carácter, muy típico de su tierra natal. La vida de Christel estaba llena de sufrimiento y de soledad. Su vida actual era su hija a la que se dedicaba en cuerpo y alma. Pero un día volvió a conocer el amor y comenzó una nueva vida.
A Enem lo conoció en Internet. Se fijó en el porque estaba siempre enzarzado en discusiones políticas. Poco a poco se acostumbró a leerlo y a averiguar que se encontraba tras ese maremagno de diatribas apasionadas. Cuando le atacaba en lo personal ella lo defendía.
Ella resintió atraída por el casi desde le principio, pero nunca se lo dijo. Luego le mandó muchas señales, pero el, hombre al fin y al cabo, nunca se dio cuenta.
Consiguió su email y le escribió. Simuló que le gustaba otro para así hablar mas con el. Luego le mandó muchas señales, el siempre respondía muy cariñoso pero no daba el paso que ella quería...
Aquel día, después de comer, sintió sueño y se recostó en el sofá. Y pensando en el, aquella tarde de primavera, se durmió....
El Sueño

Y ambos despertaron en un mismo sueño... era una ciudad pequeña de casitas bajas, de color azul de una sola planta, situadas en la falda de una colina.. junto al mar, un mar de un color azul turquesa brillante que se extendía hasta el infinito. A la espalda del poblado se situaba una montaña de tupida vegetación de un color verde intenso. Bellos pájaros de colores, de formas diversa revoloteaban sobre el poblado. El centro del pueblo lo formaba una plaza circular con una fuente en su centro, de donde se salían pequeñas calles radiales.
Por dichas calles se podían hombre y mujeres, ataviados con túnicas de formas y colores diversos. Todos respiraban paz y felicidad en sus rostros.
Christel y Enem se situaron en una larga cola de gente. Estaban distanciados el uno del otro por lo que no podían verse. Cuando le llego el turno a Enem le condujeron a una casita situada casi al borde del mar. Entró en ella y se encontró con un hogar pequeño pero muy acogedor donde no faltaba ningún detalle. Abrió el armario del dormitorio y observó las diversas túnicas que había. Enem se duchó y se puso una de ellas de color azul. Luego exploró toda la casita, cocina, sala de estar, terraza y dormitorio. Había algo en esta última habitación que le llamó la atención y era una pieza rectangular de unos dos metros de altura y mas de un metro de ancho acoplada a la pared en frente de la cama. Era color ocre oscuro y no pudo averiguar para que era.
Volvió a la cocina y observó un ordenador en la encimera. Pulsó una tecla y pudo ver que aparecía un menú y un apartado con la palabra “comida”. Puso allí y seleccionó una suculenta merienda y rápidamente se abrió un torno y apareció aquel pedido. Enem disfrutó de su primera comida allí recordando con mucho cariño y nostalgia aquellos desayunos virtuales que ponía Chirstel en Internet.
A Christel también le asignaron una casa para ella. Tenia un dormitorio mas espacioso y un armario mas amplio con multitud de túnicas. Alfonso del dormitorio también existía esa extraña pieza rectangular en la pared. Christel también se duchó y al pasar por el espejo del cuarto de baño observó su figura, desnuda, bellísima con sus largos cabellos negros y sus hermosos senos. Luego se puso una túnica de color azul y salió a la terraza sentándose en un sillón de mimbre a ver el atardecer en el mar mientras tomaba un zumo de frutas. El viento ondeaba su cabello y adhería la túnica a su cuerpo marcando su figura y haciéndola aun mas atractiva.
Enem salió a pasear por la playa. Al pisar la arena se descalzó sintiendo la suavidad de aquella y el calor que aun retenía por las horas del sol. Al fondo pudo ver una fogata y gente que se movía alrededor de ella. Cuando llegó observó que había un grupo de personas asando sardinas con cañas clavadas en la arena como recordaba que se hacía en Málaga done le llaman “espetos”. Le sonrieron e invitaron a la cena. Enem tomó una cerveza y antes de dar el primer trago al alzar la vista sus ojos se quedaron fijos...no daba crédito a lo que estaba viendo.
Christel apuró su bebida y pensó en el. Aquello le parecía muy bonito pero se sentía sola, muy sola. Decidió pasear por la ciudad cuyas calle estaban ya solitarias observándose las luces en el interior de las casas. Allegar al fina de la calle vio que desembocaba en la playa. Christel se fue a la orilla y sentó sobre la arena oyendo las voces de un grupo de gente que estaba muy cerca de ella. Con una concha dibujó sobre la arena húmeda un corazón con las letras C&E y sus ojos se llenaron de lágrimas
Luego alzo la vista hacia donde se oían las voces y vio algo que hizo latir muy fuerte su corazón...

El Amor
Apartado de la algarabía se divisaba una figura de alguien que la miraba. La figura fue avanzando y pudo distinguir que era un hombre que...¡era él!. Se levanto y ambos corrieron a encontrarse. Fue un abrazo largo e intenso en el que sus corazones latían como potros desbocados. Buscaron sus bocas y se fundieron en un beso dulce poniendo en el la ternura acumulada en tantos días de espera, de deseo y de amor. El acariciaba su espalda y ella le revolvía el cabello mientras apretaban sus cuerpos como para fundirse en un solo ser. Luego se miraron a los ojos fijamente y se juraron amor eterno. Nuevamente se besaron esta vez con mucha pasión, con deseos de devorarse porque el amor es ternura pero también es fuego. Se tumbaron sobre una toalla en la arena, de costado uno frente a otros. Enem veía a Christel bellísima, su cabello ondulando al viento. Tomó sus manos y las besó, acariciando luego sus brazos y poniendo luego las manos en su rostro. Enem beso el cuello de Chrsitel, besos pequeños suaves poniendo el ellos todo el amor que su corazón sentía por ella. Ella besaba sus mejillas acariciando la incipiente barba de su amado.
……
Fue un acoplamiento de dos cuerpos y dos almas.
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Descansaron mucho tiempo fuertemente abrazados y luego a la luz de la luna, sus cuerpos desnudos recibieron las caricias de las olas del mar.
Cogidos de la mano fueron a sus viviendas, descubriendo que estaban pareadas una con la otra. Se despidieron brevemente para darse una ducha, cada uno en su casa. Cuando Christel acabó de ducharse y vestirse observó sorprendida que la pieza rectangular de la pared a los pies de su cama había desaparecido, quedando En su lugar un hueco que daba otra habitación. Sorprendida atravesó dicho hueco encontrándose con Enem, ¡las dos casas eran ahora solo una!.
Porque ya vivirían siempre juntos, porque el destino los había unido para no separarlos jamás. Porque el amor cuando es verdadero supera todas las dificultades, incluso todas las barreras de tiempo y espacio

Lo Eterno

Tanto Enem como Christel despertaron de aquel sueño aquella tarde de primavera. Se dieron cuenta que el destino les había proporcionado dos vidas para elegir y sin pensarlo eligieron la segunda. Volvieron a caer en un profundo sopor para no despertar mas. Dejaron sus cuerpos y fundieron sus almas en un abrazo intenso que las hizo fundirse en un solo ser. Y volvieron a su ciudad junto al mar, a vivir su amor eterno.

Aquella playa

Anochecía cuando bajaron del barco que los depositó en aquella barra de arena. Una ligera brisa movía acompasadamente los cabellos de ella mientras miraba el horizonte donde unos barcos tenían encendidas luces dispuestas para la pesca. A la derecha se podía observar un monte que delimitaba la frontera con el país vecino y a la izquierda las luces lejanas del polígono industrial de la ciudad.
Caminaron por la playa solitaria hasta llegar a una duna, alejados de las edificaciones. Allí montaron la pequeña tienda, en un paraje solitario y salvaje donde crecían diversos matorrales. Un lugar limpio, solitario y bello.
Luego ordenaron todo el sencillo equipaje. Sobre un pequeño montículo de arena extendieron un mantel y dispusieron su cena: una tortilla de patatas, unas chuletas empanadas de cerdo, unas aceitunas caseras compradas en el pueblo de al lado y una botella de vino tinto de la Tierra de Barros.
Cenaron acompasadamente, casi sin hablar, gozando de ese silencio que solo la naturaleza puede proporcionarnos.
A pesar de que la noche venía no hacia frío.
Cuando acabaron la cena era ya casi de noche. Extendieron una gran toalla sobre la arena y se tumbaron en ella uno enfrente del otro. El le acariciaba su largo cabello y ella jugueteaba con los vellos del pecho de él. Olía a salitre y algas mezclado con el perfume que ella usaba. De repente se miraron y acercaron sus bocas fundiéndose en un beso larguísimo y muy dulce mientras el le acariciaba la espalda.
Se abrazaron, se sintieron, mientras a lo lejos se oía el runrún de las olas.
El le susurró al oído “vamos a darnos un baño”. Se levantaron. Ella de desabrochó el sujetador mostrándole sus generosos senos adornados por unas areolas grandes, y rosadas, terminadas en unos prominentes pezones. Luego se quitó las braguitas dejando ver su sexo hermoso. El le secundó quitándose el traje de baño y mostrándole su pene que ya comenzaba a despertar.
Corriendo, cogidos de la mano fuero hacia la orilla. La luna reflejaba su luz de plata sobre el mar y ellos se sumergieron en el en el agua como para impregnarse de esa luz.
Nadaron esquivando las olas. El agua estaba cálida, tanto que aceleró su sensualidad y su deseo. Jugando en ella, se tocaron, se palparon, se acariciaron, se rozaron, se besaron. En un abrazo ella notó el sexo de el que, palpitante ya, buscaba el de ella.
Salieron de agua, con el deseo en sus mentes. Ella lo miraba, miraba su sonrisa, los rasgos de su cuerpo que se recortaba entre los reflejos.
Se tumbaron de nuevo en la toalla y se besaron intensamente. El le acarició la espalda mientras le fue besando apenas rozando sus labios en su nuca mientras sus piernas se entrelazaban frotándose los cuerpos entre si. El la besó en el cuello para luego meterle la lengua en sus oídos y sentir como ella se estremecía. Mas tarde mordió su cuello y volvió de nuevo a sumergir su boca en la de ella mientras sus lenguas se entrelazaban.
Los pechos de ellas estaban turgentes con sus pezones dilatados y el se dedicó a acariciarlos chuparlos y morderlos con pasión. Luego, bajando muy despacio llegó al ombligo y ella sintió unas sensaciones maravillosas al notar su respiración.
La puso de espaldas y comenzó a besar su columna vertebral de arriba a bajo, muy despacio a pequeños besos. Luego acarició su trasero y poniéndose encima de ella le hizo que sintiera su sexo entre las piernas.
De frente nuevamente le besó los pies dedo a dedo y fue ascendiendo por sus piernas, llegó a los muslos, besando su cara interior hasta llegar hasta su flor. Allí bebió sus jugos, aspiró su aroma de mujer y su lengua jugueteó con el clítoris dándole mucho placer. Ella para corresponderlo se incorporó y engullendo sui glande lo mamó con ternura.
Entonces ella, se puso boca arriba y abriendo las piernas lo invitó a penetrarla. Y el entró con dulzura pero con mucha pasión dentro de ella, la penetró totalmente y ella se llenó de él.
Cabalgaron sin descanso, se gritaron, se dijeron mil y una frases, ella lo apretaba contra su cuerpo hasta que el entrando de manera muy violenta descargo toda su semilla mientras ella convulsionaba a llegar también a un orgasmo eterno, muy largo.
Estuvieron mucho tiempo unidos en dentro y ella notando sus sexos unidos mientras la semilla de el rebosaba de su sexo.
El sol de la mañana los despertó aun abrazados sintiendo ambos el deseo de nuevo en su cuerpo y allí en aquella duna volvieron a amarse…


… tras refrescarse con un fugaz y delicioso baño.
Ella contemplaba extasiada aquel rostro maduro que mostraba una expresión tan honda de preocupación y ternura. Y recordó el motivo que la indujo apartarse de todo el mundo y a buscar allí junto a él la felicidad, aun sabiendo que su encuentro sería de tiempo limitado y después de eso, debería marchar. Sintió como si el corazón se le fuera a romper.
El sol arrancaba destellos puntuales en las gotitas de agua que salpicaban el cuerpo musculoso y recio de él, destacado sobre el fondo verde y dorado del manto vegetal que los envolvía.
Mientras observaba el brillo de su pelo moreno iluminado por cientos de rayos luminosos y dejaba discurrir un incesante goteo de agua salada que se deslizaba suave y cadencioso por su hombros hasta confluir en unos finos hilillos que corrían presurosos a agruparse en el centro de su pecho y su espalda diligentes hacia abajo, parecían buscar su sexo, expuesto al aire libre, leñoso, húmedo y apetecible.
Pero su pensamiento volvía una y otra vez a recordar la pasada noche, cuando la besó por primera vez. Tenía presente cada instante de aquel beso, desde el primer roce suave de labios hasta la excitante sensación de la lengua de él en su boca. Y casi sin darse cuenta, se encontró junto a él, ciñendo su cuerpo contra el suyo, abrazándole con los muslos, recorriendo con las manos sus fuertes hombros, hasta el punto de poder sentir el latido de su corazón y el discreto tremolar de sus músculos, su enérgica cadera que tanto gozo le había producido en la titilante estrellada noche. La remembranza era tan intensa que le parecía experimentarlo todo de nuevo.
Ahora era él quien la miraba con desesperada ansia, como un hombre que muerto de sed, viera una cascada.
Ella bajó la mirada, pensando que quizá debería sentirse avergonzada por haberse dejado llevar por sus impulsos. Pero no lo sentía así, muy al contrario, la enternecía la remembranza y los ojos se le llenaron de lágrimas.
Escuchaba cómo el empezaba a hablar, pero su mente estaba entretenida en el dulce recuerdo. Sin respuesta, ella volvió a bajar la mirada y de repente se hizo el silencio, el mundo se paró en ése instante en que sintió sus manos acariciando sus hombros.
Permaneció inmóvil y, al cabo de un rato, él la rodeó son sus brazos y ella también le abrazó por la cintura. A ella le hubiera gustado seguir así toda la vida. Pero él la apartó un poco para poder mirarla, la sujetó por las muñecas manteniéndola cerca, muy cerca de él durante unos instantes que le parecieron eternos.
Por fin, él la atrajo hacia sí y ella dejó que la envolviera en sus fuertes y dulces brazos. Era tan agradable y tan consolador…
-Te adoro –dijo y alzando la cabeza le besó en la boca.

El quedó un poco ensimismado pero rápido le devolvió el beso. El roce de los labios de él sobre los suyos era muy suave. Sintió hacia él gratitud y cariño, se humedeció los labios, sólo un poco, y luego los dejó laxos, como un débil eco de un besos. Él, alentado, volvió a apretar los labios contra los de ella. Podía sentir su aliento cálido en la cara. Él abrió ligeramente la boca, tan tierno y cariñoso como siempre y ella sintió la punta de su lengua deslizarse por sus labios.
Él le mordisqueó suavemente el labio inferior. Ella sintió un ligero vértigo. Sintió de nuevo su lengua acariciándole los labios e introduciéndose entre sus dientes separados, tanteando en su boca hasta encontrar la suya.

Se separaron un instante.
-¿Te acuerdas? – preguntó ella.
Ella volvió a levantar la cara cerrando los ojos. Al cabo de un momento, sintió la boca de él sobre la suya, carnosa y húmeda. Abrió los ojos, vaciló y después metió la lengua en la boca de él. Al hacerlo recordó cómo se sintió la última vez que lo hizo y se repitió aquella extraña sensación de éxtasis. Se vio embargada por la necesidad de tenerle abrazado, de tocar su piel y su pelo, de sentir sus músculos y sus huesos, de estar dentro de él y tenerle dentro de ella. Sus lenguas se encontraron juguetonas, ella estaba muy excitada al sentir tan íntimo contacto con él.
Ahora ya ambos jadeaban. Él sostenía la cabeza de ella entre sus manos y ella le acariciaba los brazos, la espalda y luego las caderas, sintiéndolos músculos tensos y fuertes. El corazón le latía con fuerza. Por último, ya sin aliento, rompió el beso.
Ella lo miró. Tenía la cara enrojecida. Jadeaba y le brillaba en el rostro toda la fuerza de su deseo. Al cabo de un momento se inclinó de nuevo, pero en lugar de besarle en la boca le levantó la barbilla y besó la suave piel de su garganta. Ella misma escuchó su propio gemido de placer. Bajando aun más la cabeza, él rozó con los labios el nacimiento de su seno. A ella se le inflamaron los pezones al tiempo que los sentía insoportablemente tiernos. Los labios de él se cerraron sobre uno de ellos. Ella sintió en la piel su aliento abrasador.
-Despacio –murmuró temerosa.
Él le besó el pezón de la manera más suave, pero ella sintió una sensación de placer tan aguda que fue como si le hubiera mordido y lanzó un leve grito entrecortado.
Y entonces él cayó de rodillas ante ella.
Apretó la cara contra sus muslos. Hasta el momento, toda la sensación la había experimentado en los senos; pero entonces, de repente, sintió el hormigueo en el pubis. El se inclinó y le beso sobre el vello, suavemente, precisamente allí, como si fuera la cosa más maravillosa del mundo.
Ahora fue ella quien cayó de rodillas frente a él. Respiraba ya entrecortadamente, igual que si hubiese corrido una larga carrera. Le necesitaba terriblemente. Sentía su garganta reseca por el deseo.
Puso las manos sobre las rodillas de él y luego deslizó una de ellas en busca de su sexo que ya excitado, se presentaba enhiesto y rígido. Acarició su pene, estaba caliente, seco y duro como un palo.
Él, cerrando los ojos, dejó escapar un profundo gemido de su garganta mientras ella exploraba su miembro a todo lo largo con las yemas de los dedos. Finalmente, se acercó y se lo besó al igual que él se lo había besado a ella, con un suave roce de labios. Tenía la punta tensa como el parche de un tambor y un poco humedecida.
De repente se sintió poseída por el deseo de que le acariciase los senos desnudos. Tomó sus manos y las hizo deslizarse sobre ellos, en un escalofrío consciente de regusto, en una grata sensación como de nueva descubierta delicia.. Él se quedó mirándole los senos como hipnotizado.
-Son muy bellos –dijo
-¿Lo crees de veras? –le preguntó ella- Siempre me pareció que eran demasiado grandes.
-¿Demasiado grandes? – repitió él como si la sugerencia fuese ofensiva. Alargando el brazo le tocó el seno izquierdo con la mano derecha. Se lo acarició suavemente con las yemas de los dedos. Ella miraba hacia abajo observando lo que él hacía. Al cabo de un momento quiso que lo hiciera con más fuerza. Le cogió las manos y se las apretó contra sus senos.
-Hazlo más fuerte –le dijo con voz ronca-. Necesito sentirte más hondo.
Las palabras de ella lo enardecieron. Le acarició vigorosamente los senos y luego, cogiéndole los pezones, se los pellizcó con la fuerza suficiente para que sólo le dolieran un poco. Aquella sensación la enloqueció. Se le quedó la mente en blanco, sintiéndose totalmente embargada por el contacto de sus dos cuerpos.
Ella se aparto levemente, para mirarle. El pelo moreno comenzaba a secársele en mechones indómitos. Tenía el cuerpo robusto y ágil. El pene le sobresalía semejante a un árbol entre la fronda del vello oscuro. De repente ella sintió deseos de besarle el pecho. Inclinándose hacia delante rozó con los labios los lisos pezones masculinos. Se inflamaron al igual que los de ella. Los mordisqueó suavemente con el ansia de hacerle sentir el mismo placer que él le había producido. Él le acarició el pelo.
Quería sentirlo dentro de ella. Enseguida.. Cogiéndole las manos se las puso entre las piernas. Tenía aquella parte inflamada y sensible y el roce de él fue electrizante…
-Pálpame –le dijo, y él movió los dedos explorando-. Pálpame dentro –insistió ella.
Él introdujo en ella un dedo certero. Estaba resbaladizo por el deseo.
-Ahí –dijo ella suspirando satisfecha-. Ahí es donde me gusta…
Le soltó la mano y se tendió sobre la arena
Él se tumbó sobre ella y apoyándose en un codo la besó la boca. Ella le sintió entrar un poco y luego detenerse.
-¿Qué pasa? –le preguntó
-Tengo miedo de hacerte daño –repuso él-
-Empuja más fuerte –le dijo-. Te deseo tanto que no temo a tu envergadura.
Ella lo sintió empujar y se sintió maravillosamente colmada. Lo miró. Él se retiró un poco y empujó de nuevo. Ella empujó a su vez.
Nunca pensé que fuera tan delicioso como lo es contigo – confesó ella maravillada


Él cerró los ojos como si fuera incapaz de resistir tanta felicidad. Empezó a moverse rítmicamente. Los impulsos constantes producían en ella una sensación de placer en alguna parte del pubis.
Se escuchó a sí misma dar pequeños gritos excitados cada vez que se juntaban sus cuerpos. Él se inclinó hasta tocar con su pecho los pezones de ella, pudiendo sentir ella su ardiente aliento. Hundió los dedos en la fuerte espalda de él. Su jadeo regular se transformó en gritos. De repente sintió la necesidad de besarlo. Hundiendo las manos en sus cabellos atrajo su cabeza hacia ella. Lo besó con fuerza en los labios y luego, metiéndole la lengua en la boca, empezó a moverse cada vez más deprisa. Tenerle a él dentro de ella al tiempo que su lengua estaba en la boca de él, la hizo casi enloquecer de placer. Sintió que la sacudía un espasmo inmenso de gozo, tan violento como si cayera de un caballo y se golpeara contra el suelo.
Gritó con fuerza. Abrió los ojos y mirándose en los de él pronunció su nombre. Entonces la invadió otra oleada, y luego otra.
Sintió también convulso el cuerpo de él, al tiempo que dentro de ella se derramaba un chorro cálido que la enardeció aún más haciéndola estremecerse de placer una y otra vez hasta que, por último, la sensación pareció desvanecerse, quedándose desmadejada y quieta.
Se encontraba demasiado exhausta para hablar o moverse, pero sentía sobre ella el peso de él, sus poderosas caderas contra las suyas, su pecho liso aplastando sus suaves senos, su boca junto a su oído y los dedos enredados en su pelo.
La respiración de él se hizo más leve y regular, y su cuerpo se relajó hasta quedar completamente laxo. Estaba dormido.
Ella, volviendo la cabeza, lo besó en la cara. No le parecía que pesara demasiado, incluso le agradaba sentir su peso sobre ella. Ansiaba que siguiera así para siempre, dormido sobre ella…