miércoles, 29 de octubre de 2008

Cuentos de Halloween I: “Fiebre de sábado noche”

A mi siempre me gustó John Travolta en esa película de “Fiebre de sábado noche”. Pero lo que nunca pensé es que me pasaría mas o menos lo que a él, solo que en versión gore. La verdad es que eso de “necesitas un cambio en tu vida” que me decían los amigos ha dado un resultado inesperado pero no del todo desagradable. Porque, en fin, que es salir la luna llena, luna lunera cascabelera, y como que me comienza a salir un vello duro, los dientes se agrandan, mis manos y pies se transforman en garras afiladas y como que me entran unas ganas de aullar y de salir de marcha que no me aguanto. Todo empezó en aquel viaje a Colombia cuando me arañó un extraño animal en aquella jungla y me produjo una herida que tardó meses en cicatrizar.
Al principio mordía al primero que pasaba por delante, con tal de saciar mi sed. Pero luego vi que esto no era la mejor política. Mordí a un borracho y pillé una tajada que a duras penas me permitió llegar bamboleándome a casa. Otro día le desgarré el gaznate a un ejecutivo ambicioso y agresivo y pillé un colocón de coca tal que creí que volaba y era un pato. Hasta una vez fui un hombre lobo gay cuando entré en aquel bar todo pintado de rosa… Así que luego pasé a morder a señoras maduras de estola de zorro plateado que esas, cenaban bien y tenían una sangre exquisita con sabor a angulas de Aguinaga y a Moët Chandon. Y es que yo soy un hombre lobo de derechas de toda la vida, perdón un licántropo pijo que es una denominación mas fina para los de mi especie, colectivo que somos escaso y exquisito, pero en el que también hay clases. Y es que las buenas maneras no han de perderse nunca, ya lo decía mi padre, en la mesa se ve la buena educación de la gente y yo a la hora de morder soy todo un caballero, perdón todo un hombre lobo con mucho caché y glamour.
Por eso no entiendo el por qué esta noche cuando iba a morder a un señor de uniforme se me abalanzaron otros de la misma guisa, me echaron un lazo la cuello y me metieron en un furgón que olía a perros muertos y nunca mejor dicho. Luego me llevaron a una especie de clínica y me pusieron la antirrábica y un collar con un microchip, mientras un policía decía la otro “¿como le ponemos de nombre?”. Y aquel le respondió “ponle Alfredo como el alcalde”.
Bueno, está amaneciendo y yo en esta jaula rodeado de otras llenas de perros volveré a mi estado natural. A ver como justifican estos bobos que han cazado a un humano. ¡Ya no se respeta ni a los hombres lobo!.

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