jueves, 20 de marzo de 2008

Aquella playa

Anochecía cuando bajaron del barco que los depositó en aquella barra de arena. Una ligera brisa movía acompasadamente los cabellos de ella mientras miraba el horizonte donde unos barcos tenían encendidas luces dispuestas para la pesca. A la derecha se podía observar un monte que delimitaba la frontera con el país vecino y a la izquierda las luces lejanas del polígono industrial de la ciudad.
Caminaron por la playa solitaria hasta llegar a una duna, alejados de las edificaciones. Allí montaron la pequeña tienda, en un paraje solitario y salvaje donde crecían diversos matorrales. Un lugar limpio, solitario y bello.
Luego ordenaron todo el sencillo equipaje. Sobre un pequeño montículo de arena extendieron un mantel y dispusieron su cena: una tortilla de patatas, unas chuletas empanadas de cerdo, unas aceitunas caseras compradas en el pueblo de al lado y una botella de vino tinto de la Tierra de Barros.
Cenaron acompasadamente, casi sin hablar, gozando de ese silencio que solo la naturaleza puede proporcionarnos.
A pesar de que la noche venía no hacia frío.
Cuando acabaron la cena era ya casi de noche. Extendieron una gran toalla sobre la arena y se tumbaron en ella uno enfrente del otro. El le acariciaba su largo cabello y ella jugueteaba con los vellos del pecho de él. Olía a salitre y algas mezclado con el perfume que ella usaba. De repente se miraron y acercaron sus bocas fundiéndose en un beso larguísimo y muy dulce mientras el le acariciaba la espalda.
Se abrazaron, se sintieron, mientras a lo lejos se oía el runrún de las olas.
El le susurró al oído “vamos a darnos un baño”. Se levantaron. Ella de desabrochó el sujetador mostrándole sus generosos senos adornados por unas areolas grandes, y rosadas, terminadas en unos prominentes pezones. Luego se quitó las braguitas dejando ver su sexo hermoso. El le secundó quitándose el traje de baño y mostrándole su pene que ya comenzaba a despertar.
Corriendo, cogidos de la mano fuero hacia la orilla. La luna reflejaba su luz de plata sobre el mar y ellos se sumergieron en el en el agua como para impregnarse de esa luz.
Nadaron esquivando las olas. El agua estaba cálida, tanto que aceleró su sensualidad y su deseo. Jugando en ella, se tocaron, se palparon, se acariciaron, se rozaron, se besaron. En un abrazo ella notó el sexo de el que, palpitante ya, buscaba el de ella.
Salieron de agua, con el deseo en sus mentes. Ella lo miraba, miraba su sonrisa, los rasgos de su cuerpo que se recortaba entre los reflejos.
Se tumbaron de nuevo en la toalla y se besaron intensamente. El le acarició la espalda mientras le fue besando apenas rozando sus labios en su nuca mientras sus piernas se entrelazaban frotándose los cuerpos entre si. El la besó en el cuello para luego meterle la lengua en sus oídos y sentir como ella se estremecía. Mas tarde mordió su cuello y volvió de nuevo a sumergir su boca en la de ella mientras sus lenguas se entrelazaban.
Los pechos de ellas estaban turgentes con sus pezones dilatados y el se dedicó a acariciarlos chuparlos y morderlos con pasión. Luego, bajando muy despacio llegó al ombligo y ella sintió unas sensaciones maravillosas al notar su respiración.
La puso de espaldas y comenzó a besar su columna vertebral de arriba a bajo, muy despacio a pequeños besos. Luego acarició su trasero y poniéndose encima de ella le hizo que sintiera su sexo entre las piernas.
De frente nuevamente le besó los pies dedo a dedo y fue ascendiendo por sus piernas, llegó a los muslos, besando su cara interior hasta llegar hasta su flor. Allí bebió sus jugos, aspiró su aroma de mujer y su lengua jugueteó con el clítoris dándole mucho placer. Ella para corresponderlo se incorporó y engullendo sui glande lo mamó con ternura.
Entonces ella, se puso boca arriba y abriendo las piernas lo invitó a penetrarla. Y el entró con dulzura pero con mucha pasión dentro de ella, la penetró totalmente y ella se llenó de él.
Cabalgaron sin descanso, se gritaron, se dijeron mil y una frases, ella lo apretaba contra su cuerpo hasta que el entrando de manera muy violenta descargo toda su semilla mientras ella convulsionaba a llegar también a un orgasmo eterno, muy largo.
Estuvieron mucho tiempo unidos en dentro y ella notando sus sexos unidos mientras la semilla de el rebosaba de su sexo.
El sol de la mañana los despertó aun abrazados sintiendo ambos el deseo de nuevo en su cuerpo y allí en aquella duna volvieron a amarse…


… tras refrescarse con un fugaz y delicioso baño.
Ella contemplaba extasiada aquel rostro maduro que mostraba una expresión tan honda de preocupación y ternura. Y recordó el motivo que la indujo apartarse de todo el mundo y a buscar allí junto a él la felicidad, aun sabiendo que su encuentro sería de tiempo limitado y después de eso, debería marchar. Sintió como si el corazón se le fuera a romper.
El sol arrancaba destellos puntuales en las gotitas de agua que salpicaban el cuerpo musculoso y recio de él, destacado sobre el fondo verde y dorado del manto vegetal que los envolvía.
Mientras observaba el brillo de su pelo moreno iluminado por cientos de rayos luminosos y dejaba discurrir un incesante goteo de agua salada que se deslizaba suave y cadencioso por su hombros hasta confluir en unos finos hilillos que corrían presurosos a agruparse en el centro de su pecho y su espalda diligentes hacia abajo, parecían buscar su sexo, expuesto al aire libre, leñoso, húmedo y apetecible.
Pero su pensamiento volvía una y otra vez a recordar la pasada noche, cuando la besó por primera vez. Tenía presente cada instante de aquel beso, desde el primer roce suave de labios hasta la excitante sensación de la lengua de él en su boca. Y casi sin darse cuenta, se encontró junto a él, ciñendo su cuerpo contra el suyo, abrazándole con los muslos, recorriendo con las manos sus fuertes hombros, hasta el punto de poder sentir el latido de su corazón y el discreto tremolar de sus músculos, su enérgica cadera que tanto gozo le había producido en la titilante estrellada noche. La remembranza era tan intensa que le parecía experimentarlo todo de nuevo.
Ahora era él quien la miraba con desesperada ansia, como un hombre que muerto de sed, viera una cascada.
Ella bajó la mirada, pensando que quizá debería sentirse avergonzada por haberse dejado llevar por sus impulsos. Pero no lo sentía así, muy al contrario, la enternecía la remembranza y los ojos se le llenaron de lágrimas.
Escuchaba cómo el empezaba a hablar, pero su mente estaba entretenida en el dulce recuerdo. Sin respuesta, ella volvió a bajar la mirada y de repente se hizo el silencio, el mundo se paró en ése instante en que sintió sus manos acariciando sus hombros.
Permaneció inmóvil y, al cabo de un rato, él la rodeó son sus brazos y ella también le abrazó por la cintura. A ella le hubiera gustado seguir así toda la vida. Pero él la apartó un poco para poder mirarla, la sujetó por las muñecas manteniéndola cerca, muy cerca de él durante unos instantes que le parecieron eternos.
Por fin, él la atrajo hacia sí y ella dejó que la envolviera en sus fuertes y dulces brazos. Era tan agradable y tan consolador…
-Te adoro –dijo y alzando la cabeza le besó en la boca.

El quedó un poco ensimismado pero rápido le devolvió el beso. El roce de los labios de él sobre los suyos era muy suave. Sintió hacia él gratitud y cariño, se humedeció los labios, sólo un poco, y luego los dejó laxos, como un débil eco de un besos. Él, alentado, volvió a apretar los labios contra los de ella. Podía sentir su aliento cálido en la cara. Él abrió ligeramente la boca, tan tierno y cariñoso como siempre y ella sintió la punta de su lengua deslizarse por sus labios.
Él le mordisqueó suavemente el labio inferior. Ella sintió un ligero vértigo. Sintió de nuevo su lengua acariciándole los labios e introduciéndose entre sus dientes separados, tanteando en su boca hasta encontrar la suya.

Se separaron un instante.
-¿Te acuerdas? – preguntó ella.
Ella volvió a levantar la cara cerrando los ojos. Al cabo de un momento, sintió la boca de él sobre la suya, carnosa y húmeda. Abrió los ojos, vaciló y después metió la lengua en la boca de él. Al hacerlo recordó cómo se sintió la última vez que lo hizo y se repitió aquella extraña sensación de éxtasis. Se vio embargada por la necesidad de tenerle abrazado, de tocar su piel y su pelo, de sentir sus músculos y sus huesos, de estar dentro de él y tenerle dentro de ella. Sus lenguas se encontraron juguetonas, ella estaba muy excitada al sentir tan íntimo contacto con él.
Ahora ya ambos jadeaban. Él sostenía la cabeza de ella entre sus manos y ella le acariciaba los brazos, la espalda y luego las caderas, sintiéndolos músculos tensos y fuertes. El corazón le latía con fuerza. Por último, ya sin aliento, rompió el beso.
Ella lo miró. Tenía la cara enrojecida. Jadeaba y le brillaba en el rostro toda la fuerza de su deseo. Al cabo de un momento se inclinó de nuevo, pero en lugar de besarle en la boca le levantó la barbilla y besó la suave piel de su garganta. Ella misma escuchó su propio gemido de placer. Bajando aun más la cabeza, él rozó con los labios el nacimiento de su seno. A ella se le inflamaron los pezones al tiempo que los sentía insoportablemente tiernos. Los labios de él se cerraron sobre uno de ellos. Ella sintió en la piel su aliento abrasador.
-Despacio –murmuró temerosa.
Él le besó el pezón de la manera más suave, pero ella sintió una sensación de placer tan aguda que fue como si le hubiera mordido y lanzó un leve grito entrecortado.
Y entonces él cayó de rodillas ante ella.
Apretó la cara contra sus muslos. Hasta el momento, toda la sensación la había experimentado en los senos; pero entonces, de repente, sintió el hormigueo en el pubis. El se inclinó y le beso sobre el vello, suavemente, precisamente allí, como si fuera la cosa más maravillosa del mundo.
Ahora fue ella quien cayó de rodillas frente a él. Respiraba ya entrecortadamente, igual que si hubiese corrido una larga carrera. Le necesitaba terriblemente. Sentía su garganta reseca por el deseo.
Puso las manos sobre las rodillas de él y luego deslizó una de ellas en busca de su sexo que ya excitado, se presentaba enhiesto y rígido. Acarició su pene, estaba caliente, seco y duro como un palo.
Él, cerrando los ojos, dejó escapar un profundo gemido de su garganta mientras ella exploraba su miembro a todo lo largo con las yemas de los dedos. Finalmente, se acercó y se lo besó al igual que él se lo había besado a ella, con un suave roce de labios. Tenía la punta tensa como el parche de un tambor y un poco humedecida.
De repente se sintió poseída por el deseo de que le acariciase los senos desnudos. Tomó sus manos y las hizo deslizarse sobre ellos, en un escalofrío consciente de regusto, en una grata sensación como de nueva descubierta delicia.. Él se quedó mirándole los senos como hipnotizado.
-Son muy bellos –dijo
-¿Lo crees de veras? –le preguntó ella- Siempre me pareció que eran demasiado grandes.
-¿Demasiado grandes? – repitió él como si la sugerencia fuese ofensiva. Alargando el brazo le tocó el seno izquierdo con la mano derecha. Se lo acarició suavemente con las yemas de los dedos. Ella miraba hacia abajo observando lo que él hacía. Al cabo de un momento quiso que lo hiciera con más fuerza. Le cogió las manos y se las apretó contra sus senos.
-Hazlo más fuerte –le dijo con voz ronca-. Necesito sentirte más hondo.
Las palabras de ella lo enardecieron. Le acarició vigorosamente los senos y luego, cogiéndole los pezones, se los pellizcó con la fuerza suficiente para que sólo le dolieran un poco. Aquella sensación la enloqueció. Se le quedó la mente en blanco, sintiéndose totalmente embargada por el contacto de sus dos cuerpos.
Ella se aparto levemente, para mirarle. El pelo moreno comenzaba a secársele en mechones indómitos. Tenía el cuerpo robusto y ágil. El pene le sobresalía semejante a un árbol entre la fronda del vello oscuro. De repente ella sintió deseos de besarle el pecho. Inclinándose hacia delante rozó con los labios los lisos pezones masculinos. Se inflamaron al igual que los de ella. Los mordisqueó suavemente con el ansia de hacerle sentir el mismo placer que él le había producido. Él le acarició el pelo.
Quería sentirlo dentro de ella. Enseguida.. Cogiéndole las manos se las puso entre las piernas. Tenía aquella parte inflamada y sensible y el roce de él fue electrizante…
-Pálpame –le dijo, y él movió los dedos explorando-. Pálpame dentro –insistió ella.
Él introdujo en ella un dedo certero. Estaba resbaladizo por el deseo.
-Ahí –dijo ella suspirando satisfecha-. Ahí es donde me gusta…
Le soltó la mano y se tendió sobre la arena
Él se tumbó sobre ella y apoyándose en un codo la besó la boca. Ella le sintió entrar un poco y luego detenerse.
-¿Qué pasa? –le preguntó
-Tengo miedo de hacerte daño –repuso él-
-Empuja más fuerte –le dijo-. Te deseo tanto que no temo a tu envergadura.
Ella lo sintió empujar y se sintió maravillosamente colmada. Lo miró. Él se retiró un poco y empujó de nuevo. Ella empujó a su vez.
Nunca pensé que fuera tan delicioso como lo es contigo – confesó ella maravillada


Él cerró los ojos como si fuera incapaz de resistir tanta felicidad. Empezó a moverse rítmicamente. Los impulsos constantes producían en ella una sensación de placer en alguna parte del pubis.
Se escuchó a sí misma dar pequeños gritos excitados cada vez que se juntaban sus cuerpos. Él se inclinó hasta tocar con su pecho los pezones de ella, pudiendo sentir ella su ardiente aliento. Hundió los dedos en la fuerte espalda de él. Su jadeo regular se transformó en gritos. De repente sintió la necesidad de besarlo. Hundiendo las manos en sus cabellos atrajo su cabeza hacia ella. Lo besó con fuerza en los labios y luego, metiéndole la lengua en la boca, empezó a moverse cada vez más deprisa. Tenerle a él dentro de ella al tiempo que su lengua estaba en la boca de él, la hizo casi enloquecer de placer. Sintió que la sacudía un espasmo inmenso de gozo, tan violento como si cayera de un caballo y se golpeara contra el suelo.
Gritó con fuerza. Abrió los ojos y mirándose en los de él pronunció su nombre. Entonces la invadió otra oleada, y luego otra.
Sintió también convulso el cuerpo de él, al tiempo que dentro de ella se derramaba un chorro cálido que la enardeció aún más haciéndola estremecerse de placer una y otra vez hasta que, por último, la sensación pareció desvanecerse, quedándose desmadejada y quieta.
Se encontraba demasiado exhausta para hablar o moverse, pero sentía sobre ella el peso de él, sus poderosas caderas contra las suyas, su pecho liso aplastando sus suaves senos, su boca junto a su oído y los dedos enredados en su pelo.
La respiración de él se hizo más leve y regular, y su cuerpo se relajó hasta quedar completamente laxo. Estaba dormido.
Ella, volviendo la cabeza, lo besó en la cara. No le parecía que pesara demasiado, incluso le agradaba sentir su peso sobre ella. Ansiaba que siguiera así para siempre, dormido sobre ella…

1 comentario:

Azo dijo...

Gracias por la invitación..
Bonita historia relatada con suma sencillez,más no exenta de sensualidad y erotismo.
Enhorabuena!
Y un beso, claro