viernes, 21 de marzo de 2008

Milagros, mi prima

Mi prima Milagros pasaba todos los veranos en mi casa en el pueblo. Milagros era tres años mayor que yo, tirando a bajita y con el pelo muy negro. Vivía en un lejano pueblo de Huesca por lo que su acento me resultaba un poco chocante al compararlo con el mío. Cuando yo tenía catorce y ella diecisiete empezó a salir con un chico del pueblo, Germán, un gilipollas según yo y un cielo según ella. La verdad es que me daba celos y me veía impotente de competir con un chico de veinte años. Todas las tardes se iba a bañar a una huerta propiedad de los padres de ese chico, Julián, y a veces venía ya a la caída de la tarde por lo que mi madre, sospechando lo que pudiera haber pasado y defensora de los principios morales mas rancios le reñía. Las tardes y noche de verano se hacían muy largas porque le calor impedía el sueño temprano por lo que las pasábamos charlando en el patio sentados en mecedoras y bebiendo agua del botijo. Eran momentos para contar historias fantásticas y leyendas de miedo que también nos impedían dormir. A veces todos se iban a dormir y quedábamos Milagros yo. Milagros era bastante velluda y siempre iba con falda corta. Y claro está yo le miraba las piernas que eran hermosas y fuertes. Un día le pregunté si se depilaba y ella me respondió que lo hacía pero que en todo el verano no lo había hecho y que por eso tenia un poco de vello. Yo por cortesía le dije que no se le notaba y ella me dijo “compruébalo tú mismo” y tomando me la mano la acercó a sus muslos. Fue la primera vez que toqué a una mujer y mi cuerpo tembló por la excitación, al sentir su carne cálida entre mis manos y notar el vello naciente. Con ese pretexto inocente la acaricié sus brazos y su cintura y mi erección era bien patente, aunque en aquellos momentos yo pensaba que ella no se percataba. Luego todas las noches repetíamos la misma escena como si fuera la primera vez y ella a su vez me enseñaba a bailar lento con lo que era un pretexto par abrazarla. Creo que Milagros venía de estar con Germán bastante alterada y que se desahogaba conmigo, más pequeño y más inocente. Ante de todo esto mi única experiencia de sexo era jugar al escondite con mis chachas y rozarme con sus muslos mientras estábamos debajo de la cama y se les subían as faldas. Mi casa era enorme y tenía entradas por do calles. La entrada principal para las personas y le postigo para suministros y animales. Entrando por el postigo había un patio inmenso y una cuadra enorme que ya apenas se usaba salvo para albergar a una yegua que José nuestro casero del campo usaba par traernos la leche todos los días. Y un día le oí hablar con mi padre que al día siguiente le iban a llevar a la yegua un macho para cubrirla… Al día siguiente estábamos Milagros y yo, arriba en el sobrado tumbados en el suelo boca abajo y mirando hacia abajo a la cuadra donde esperaba ya la yegua. El pensar lo que íbamos a ver y e sentir los muslos de Milagros junto a los mío me supuso un aceleramiento del corazón. Pronto llegaron José y mi padre con el caballo, un macho fuerte, tordo, de muy bella estampa. Muy nervios y que no paraba de relinchar. Soltaron al caballo y se dispusieron a ver el espectáculo tras unas balas de paja. El caballo dio varias vueltas alrededor de la yegua observándola. Milagros y yo nos miramos. Ella se mordió le labio y yo la tomé de la mano. Nuestros muslos se apretaron mas el uno contra el otro. El caballo frotó su cuello contra el de la legua mientras relinchaba y yo puse aun mano sobre la espalda de Milagros y mi nariz buscó su nuca para percibir su olor de mujer. El caballo olió la grupa de la yegua observamos como su miembro empezó a entrar en erección hasta alcanzar un tamaño increíble. Milagros miraba con ojos como platos luego m miró mi. Yo me volteé y le mostré el bulto de mi pantalón. El caballo empezó a hacer círculos alrededor de la lengua rozándola y yo aproximé mi mano bajo la falda de Milagros, acariciando sus muslos cálidos y subiendo hasta palpar su trasero hermoso y caliente. Mis manos acariciaron entre sus muslos y ella abrió sus piernas permitiendo que un dedo entrase en su cueva húmeda y caliente. Luego se acercó a mi y me mordisqueó el cuello transmitiéndome la calidez de su cuerpo.De repente el caballo se situó detrás de la yegua y apoyándose en ella intentó penetrarla. Falló varias veces hasta que por fin, ayudado por José que le tomó el miembro consiguió penetrarla hundiendo todo su falo en sus entrañas. Yo me situé sobre Milagros, permaneciendo esta de espaldas y bajando sus braguitas dirigí mi sexo hacia ella. Me costó trabajo hasta que por fin mi glande encontró su camino y poco a poco entré totalmente dentro de ella notando como se estremecía al notarse llena de mi. El caballo relinchaba nervioso dándole grandes sacudidas a la yegua. Yo entraba y salía con frenesí dentro de Milagros mientras ella veía la escena de abajo y se arqueaba para poder sentir mas intensamente mi polla. El garañón y yo casi al unísono descargamos nuestra semilla y la yegua y Milagros alcanzaron una explosión de placer. Luego Milagros y yo nos abrazamos y sudorosos nos quedamos dormidos con nuestros sexos fuera y acariciándolos el uno al otro. Fue bello y excitante pero jamás hablamos de ello y nunca más se repitió. Acabado el verano Milagros volvió a su pueblo y yo que quede solo. Porque siempre fui un solitario.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicitaciones por el nuevo blog!!..poco a poco ire deleitandome con tus deliciosas anecdotas.
Besotes!!!

Anónimo dijo...

lo bueno de ser un solitario es que así puede pasar la siguiente, ¿no?

amor