viernes, 21 de marzo de 2008

Dime que no fue un sueño


Era un hermoso camping situado al otro lado de la carretera, junto donde acababan las marismas y al lado de unas colinas que se extendían a lo largo de la misma. En dirección oeste se llegaba al pequeño puerto pesquero de el Terrón, situado a unos 3kms, mientras que en dirección opuesta se encontraba a1 km la urbanización de la Antilla.
Desde el camping se podía divisar la gran extensión del terreno pantanoso de agua salada, cubierto de una vegetación muy singular, mientras que al fondo se divisaban las dunas de arena que bordeaban la playa.
Era la primera vez que salían de viaje juntos, lo suyo era un amor “al primer e-mail” , lo que en estos tiempos del ciberespacio marca la diferencia entre, lo material y lo espiritual. Se habían conocido y se habían enamorado instantáneamente, con un amor tan profundo que nada ni nadie los separaría ya. Tanto era así que jamás se separaban, salvo el tiempo imprescindible para las necesidades fisiológicas y de higiene.
Si, se querían, se amaban con un sentimiento profundo, algo que llamaba la atención a todo el mundo porque ese amor, que parecía sacado de una novela romántica, era algo real.
Ella se llamaba Iratxe, vizcaína de Bilbao, mujer muy joven, de rasgos exóticos, bellísima, alta, delgada, ojos verdes seductores, cabello de fuego, sonrisa dulce y con una alegría con un toque de inocencia que la hacía ser querida por todos. Si las princesas de los cuentos existieran, Iratxe tenía que ser una de ellas.
Pese a parecer aparentemente ser una mujer frágil, esa impresión se desvanecía al oírla hablar con ese delicioso acento de la gente del norte, denotando que la dulzura y el carácter eran algo completamente compatible en esa joven.
El se llamaba Pedro y era hombre maduro, de estatura mediana y complexión robusta. Su acento denotaba ser andaluz aunque su carácter desmentía ese tópico que sobre la gente del sur tiene alguna gente. Porque Pedro era un hombre aparentemente muy serio aunque si se le trataba se descubría en el un carácter enérgico pero ala vez muy amable con un toque de humor irónico, como mezcla de andaluz y persona del norte.
Habían llegado esa misma mañana, después de un largísimo viaje desde Bilbao. Apenas descansaron y, después de inscribirse en el camping y montar la tienda, cogieron el pequeño tren que los llevó directamente a la playa de la Antilla donde pasaron todo el día, tomando el sol, bañándose, jugando, riendo, besándose, paseando cogidos de la mano, comiendo pescado en un chiringuito, en definitiva, siendo muy felices porque el mundo para ellos se reducía a ellos dos.
Volvieron al camping cuando caía la tarde y el disco rojo del sol se sumergía en las aguas de la marisma, apagándose, para milagrosamente asomar por el extremo opuesto a la mañana siguiente, el milagro de la vida. Pero de inmediato una hermosa luna llena le sustituyó en el cielo, dando reflejos de plata a este pequeño mar interior.
Se ducharon y cambiaron, descansando en el interior de la tienda. Pedro estaba agotado por el viaje y el día en la playa y se quedó completamente dormido…
Iratxe, no quiso despertarlo y, después de pensarlo salió de la tienda y paseó por el camping. Al ver poca actividad allí, salió la exterior y anduvo por un pequeño sendero que le llevó directamente al comienzo de la marisma. La luna llena hacía que la visibilidad fuese casi perfecta e Iratxe gozó con el espectáculo de la naturaleza. Era la bajamar y gran parte de la marisma estaba desprovista de agua, observándose centenares de cangrejos violinistas que, como en una danza perfecta se alimentaban al unísono del limo del suelo.
La marisma la formaban multitud de canales de agua, que aquí llamaban caños, separados por un espeso y particular matorral de color verde intenso, un tipo de planta que puede vivir en agua salada.
Siguió caminando hasta que el suelo se fue elevando, sustituyendo la arena al limo y observando una multitud de plantas que hacían que las dunas se fijasen y permitiesen a la marisma defenderse del embate de los temporales.
Subió al o mas alto de una duna y contempló un maravilloso mar donde la luna reflejaba su luz haciéndolo de plata.
El mar que Pedro había visto desde su infancia, tan distinto al de su tierra del norte pero tan bellos ambos. El mar de la persona que amaba y que ahora también era su mar. Y sintió un estremecimiento al comprender cuanto amaba a Pedro y que felices eran los dos. Para ellos se abría un mundo maravilloso. De sus ojos se escaparon unas lágrimas, al sentirse tan feliz. Ojalá esto nunca acabe, pensó.
Miró el reloj sobresaltada, ¡habían pasado tres horas desde que abandonó el camping!. Nerviosa emprendió el camino de vuelta…
Sobre el cielo se habían situado unas nubes que ocultaban parcialmente la luna dificultando la visión y por lo tanto reconocer el sendero.
Llevaba caminando un tiempo indefinido cuando descubrió que se había perdido porque nada de lo que veía le era familiar. Estaba en un lugar menos húmedo, como una antigua marisma desecada, evidentemente por ese lugar no había pasado en el camino de ida.
Se puso muy nerviosa y aceleró el paso, al poco comenzó a correr, las plantas espinosas le arañaron las piernas, corrió durante muchos minutos hasta que dio un mal paso y cayó al suelo. Tuvo suerte de no hacerse daño al caer sobre un arbusto de retama que amortiguó el golpe.
Y comenzó a llorar. Por que cuando era tan feliz la vida le volvía la espalda. Por que no tenía ella derecho a amar y ser amada, a vivir junto al hombre que ella había elegido , toda una vida. Por su mente pasó toda la historia de su vida con Pedro: como le conoció en Internet, como simpatizaron ambos en cuestión de pocos días, la primera vez que el le dijo que la amaba, su primer beso, las dificultades para salvar su amor, tantos y tantos momentos maravillosos juntos.
Y recordó la textura de su cabello, el olor de su piel, el roce de sus labios, los latidos de su corazón cuando la abrazaba…
Y decidió que tenía mucho por lo que luchar, que no se daría por vencida, que ella había superado mil y unas dificultades en la vida, que había peleado y conseguido el amor del único hombre a quien había amado de verdad y que nadie le iba a arrebatar todo eso.
Se levantó y comenzó a caminar de nuevo, las nubes se habían marchado y podía ver con mas claridad. De pronto pudo distinguir en el horizonte el resplandor de algún lugar poblado y su corazón latió con mas fuerza.
Al lado del sendero justo donde hacia este una curva hacia la derecha vio la sombra de un hombre con una linterna. Súbitamente esta le iluminó el rostro. E Iratxe estalló de alegría, ¡Pedro! Gritó y ambos corrieron a encontrarse, estallando en un abrazo inmenso.
Se besaron una y otra vez, se dieron una y mil caricias, esas que solo saben darse aquellas personas que se aman de verdad y que han temido no volver a encontrarse. Y reemprendieron la marcha estrechamente abrazados, cubiertos por sendas mantas que Pedro había traído consigo.
Ambos estaban conmocionados por lo vivido y se apretaban con fuérzale uno contra el otro, nunca mas se separarían.
Pedro le prodigaba multitud de caricias y mimos a Iratxe y esta le respondía con el mismo amor.
Se detuvieron un momento y Pedro la tomó entre sus brazos, mas bien la envolvió con todo su cuerpo y ella sintió su calor, se sintió protegida, amada, era de nuevo una mujer dichosa.
Miró a Pedro y vio como numerosas lágrimas corrían por sus mejillas. Y ella las limpió con sus labios, saboreando a la persona amada.
Se besaron, lo hicieron como nunca lo habían hecho, como si ese fuera a ser el último beso, como si el mundo se fuera terminar en unos minutos y hubiera que apurar la ultima gota del cáliz de su amor.
Extendieron las mantas sobre el suelo, en un lugar en el que el césped formaba un colchón natural. Se volvieron abrazar, esta vez con un inmenso deseo, con una gran pasión. Pedro le acarició la espalda y la besó en el cuello. Iratxe le quitó la camiseta y le besó el pecho. Iratxe le pidió a Pedro que le hiciera el amor…
Pedro la abrazó por la espalda, acariciándole los senos por debajo de la camiseta de algodón mientras del besaba el cuello haciéndola estremecer de manera que se apretaba contra el para así sentir con mas intensidad el sexo duro de su enamorado.
Se desnudaron el uno al otro muy despacio, repartiéndose mil caricias, dirigiéndose miradas de amor, transmitiéndose frases que solo los enamorados saben decirse.
Pedro le besó los senos, lamiendo y chupando con avidez sus pezones. Luego se arrodilló ante ella y repartió mil caricias por su ombligo bajando hasta su vientre húmedo y hundiendo su rostro allí en lo mas íntimo de la mujer que tanto amaba. Iratxe, mientras tanto, le acariciaba el cabello, manteniendo los ojos cerrados paraasí recibir con mas intensidad las caricias que le prodigaba su enamorado.
Ella, para retrasar el supremo goce, hizo incorporar a Pedro y tomándolo por las mejillas lo besó tiernamente en los labios, saboreando al unísono el sabor del sexo de ella que Pedro traía en sus labios.
Se tendieron en la manta. Ella hizo poner a su amado boca arriba, tomando su pene con las manos y comenzando a acariciarlo. Pedro sintió una oleada de placer y un intensísimo sentimiento de ternura, ¡Dios mío como la amaba!. Luego ella abrió su boca y chupó con avidez el miembro de su ser amado. Pedro le decía cuanto la amaba, con frases nerviosas y entrecortadas, por el inmenso placer que Iratxe le transmitía.
Se tumbaron de costado, uno en frente del otro, mirándose a los ojos, tocándose, hablándose, prodigándose mil caricias. Recorrieron sus cuerpos una y otra vez, Se mordieron, acariciaron, besaron, olieron, saborearon. No dejaron ningún rincón del cuerpo del otro sin explorar, sin amar, sus piernas enlazadas como los sarmientos de una vid, sus manos que se buscaban una y otra vez, sus bocas que estallaban al contacto de la una en la otra.
Ella se moría por tenerlo dentro y le pidió que la penetrara, poniéndose boca arriba, abriéndose a el y mostrándole su hermosísimo sexo.
El se incorporó sobre ella e introdujo su pene duro y turgente, lentamente pero con extrema facilidad en el interior del sexo sonrosado de su amada dando ambos un suspiro de placer.
Se abrazaron como queriendo fundir sus cuerpos, ella mordía el pecho de el y Pedro no paraba de besarla. Cabalgaron el mas dulce de los caminos, amándose como nunca lo habían hecho dos seres humanos. Y Pedro le entregó el jugo de su amor a Iratxe, e Iratxe lo recibió como el regalo mas preciado.
Abrazados y acurrucados entre las dos mantas, yacían ambos, con la paz y el sosiego queda la felicidad. Se durmieron, la cabezada ella sobre el pecho de el…
…ella despertó al alba, cuando el disco rojo asomaba entre las chimeneas que a lo lejos conforman el polo industrial de Huelva. Se encontró boca arriba, sin la manta superior que recordaba la cubría, con los senos, el vientre y el cabello llenos de pequeñas flores. Miró al frente y a contraluz se silueteaba la figura de su amado que le daba los buenos días y le extendía la mano para que se levantase.
Subieron una alta duna que tenían en frente y accedieron a una playa en la que a unos 200 metros se adivinaban las siluetas una serie de chalets justo al borde de la misma playa.
Pedro miró el bellísimo cuerpo desnudo de Iratxe y copudo menos que sentir de nuevo un escalofrío de deseo. Y cogidos de la mano se adentraron en el mar que en esa mañana les recibió en sus aguas cálidas y mansas que traía el viento de poniente.
Salieron del agua, se vistieron y se encaminaron hacia la zona de chalets. Ya era de día y se sentaron en un pequeño bar llamado los Ángeles. Desayunaron con avidez, sin de mirarse, se entrelazar sus manos, de sentir la caricia de las rodillas del otro bajo la mesa.
Pasearon luego, muy abrazados hasta la parada del pequeño tren que les llevaría al camping….
……………….
Si dos personas realmente se aman, sus sueños se convertirán en realidad. Y algún día, Pedro e Iratxe se amarán en aquellas dunas.

1 comentario:

Ira dijo...

Te digo que no fue un sueño...