viernes, 21 de marzo de 2008

Felisa, mi asistenta

Mi casa, la casa de un separado solitario, era un desastre hasta que la conocí. Desde entonces todas las tardes al volver del trabajo me la encontraba limpia, la ropa planchada y una nota con los productos de limpieza que debía comprar. Se llamaba Felisa, una chica de 36 años, rubia, corpulenta, estatura media y sonrisa eterna. La contraté de asistenta tres días a la semana de 16 a 20 horas los L, X y V. Era muy habladora y de esta forma acabó contándome toda su vida incluso aspectos muy personales. Siempre llegaba vestida con pantalones y camiseta ceñidos y a llegar a casa se ponía un chándal para trabajar. Felisa era hipocondríaca por lo que gran parte de su conversación la dedicaba a explicar algún tipo de enfermedad que ella padecía y que los médicos no acaban por descubrir. Y yo con santa paciencia la escuchaba a pesar de maldita la gracia que me hacía a mi a veces oir sus penas. Bastnte tenía ya con las mías Otro de su temas preferidos era hablar de dietas de adelgazamiento puesto que ella siempre estaba a régimen y de tener hijos su gran obsesión puesto que decía que su pareja era estéril según me confesó, añadiendo inmediatamente que “por lo demás funciona muy bien” por si yo albegaba alguna duda de la hombría de su hombre. Felisa olía siempre a colonia barata. Al entrar en casa por ese olor sabía que estaba allí trabajando. Yo, al llegar, la llamaba a voces porque era muy miedosa y quería que detectase mi presencia nada mas entrar para evitarle sustos. Una tarde me vio tomarme la presión arterial y me pidió que si se la podía tomar a ella. La senté en la descalzadora del dormitorio. Procedí a ponerle alrededor del antebrazo el medidor de la tensión. Luego puse la palma de su mano hacia arriba apoyando todo el brazo en el reposamanos de la silla. Fue la primera vez que la toqué y lo hice muy despacio, recreándome en su carne blanquísima. Ella se dejó hacer sin decir nada pero intuía que yo estaba acariciando su piel blanca, cálida y suave. "10-6 estás muy bien de la tensión", le dije. Y desde ese día todo cambió porque empecé a mirarla de otra manera. Felisa no era guapa pero era joven y atractiva, agradable en el trato y sobre todo tenía unos pechos descomunales. Usaba una talla de sujetador de 140 y me hablaba del complejo que tenía por elloe. Decía que luego de tener hijos se operaría. Cuando hablaba de este tema se miraba o se los tocaba y a mi me producía cierto temblor aquello porque mucha veces los pezones se le marcaban a través de la camiseta. Y comencé a mirarla con ojos libidinosos, el trasero al agacharse, el canalillo de los senos cuando se inclinaba, las señales de las bragas a taves del pantalón o del sujetador através de la camiseta y la forma de su pubis cuando, subida en una silla limpiaba la lámpara del salón. Me gustaban sus pies pequeños siempre enfundados en unas playeras blancas y sus manos pequeñas y delicadas. Un lunes cuando me comentaba que había pasado el domingo en la playa me dijo que se había quemado y que se le notaban marcas del bikini. Entonces se bajó el escote de la camiseta enseñándomelas. Y ante mi vista pude ver una buena porción de esas dos hermosas tetas, grandes y turgentes, separadas por su atractivo canal, las cuales realmente estaban algo rojas por la exposición al sol. Le dije que si había hecho topless y me contestó que con esos pechos tran grandes la gente la miraría demasiado que le daba vergüenza y yo le doje que esos pechos tan hermosos no deberían estar siempre ocultos, a lo que ella sonrió un poco azorada. Entonces yo, excitado, le pedí me los volviera enseñar. Yo llevaba un pantalón de deporte algo ajustado y corto muy por lo que al volver a ver sus hermosas tetas tuve una erección instantánea y mi glande se asomó bajo el pernil del pantalón lo que adiviné porque Felisa me miró a la entrepierna muy nerviosa, ruborizándose. Su pecho se movía al compás de una respiración agitada y sus pezones empezaron a marcarse a través de la camiseta. Sus ojos brillaban com odos ascuas y gotas de sudor aparecieron en su frente. Ella se dió cuenta que que yo se los miraba y se tapó el pecho con un brazo. Entonces me acerqué a ella y sin mediar palabra la besé entre sus hermosos pechos mientras mis manos los acariciaban. Fue una eternidad lo que pasó mientras ella permanecía quieta, sin articular palabra. Pero noté como se le aceleraba el corazón y su pecho se perlaba de gotitas de sudor desprendiendo un intenso olor a hembra. Luego mi lengua subió a su cuello lamiéndole muy despacio y por fin a su boca donde se perdió dentro de ella. Mi mano se introduzco bajo su pantalón y alcanzó su vientre notando una quedad intensa entre un bosque de vellos rubios y suaves. Le metí un dedo y acaricié su clítoris. Luego llevé un dedo húmedo mi nariz, lo olí y le di probar sus jugos. Entonces le bajé su pantalón y bragas, unas bragas pequeñas de color negro y, sacándome la polla erecta y enrojecida, la cogí en brazos y se la metí de un trallazo. Ella gimió levemente y me abrazó con fuerza. La penetración fue total por lo húneda que estaba. La apoyé contra la pared y mientras me rodeaba el cuello con sus brazos la bombeé con fiereza con un deseo bestial, poseído de una lujuria infinita porque la estaba deseando desde hacía mucho tiempo. Ella se abrazaba fuertemente a mi abriéndose para coseguir una pentración ma intensa y no parábamos ambos de sudar envueltos en un inusual combate. Enseguida empezó a convulsionar y yo al notar que llegaba su orgasmo la penetré con fuerza y me corrí mientras besaba su cuello con frenesí y ella me arañaba la espalda. Estuvimos abrazados un tiempo, nuestras respiraciones aún jadeantes hasta calmarnos. Olía a sexo y a sudor. Luego no separamos, duchamos juntos y vestimos. Y ella silenciosa se marchó. ………. ………. El siguiente día, miércoles, en que la vi al legar a casa, la tomé de la mano y sin decirle nada la llevé al dormitorio desnudándola lentamente y besando cada porción de su piel. Olía a limpia, a jabón, a gloria. La tumbé en la cama, la abrí de piernas y observé su coño sorosado cuyo vello había recortado quedando solo una leve capas de pelo. Me arrodillé y se lo comí mentras ella apretaba mi cabeza contra su pubis. Luego me subí encina de ella y la penetré con suavidad. Ese día la follé lentamente casi desesperadamente despacio, sintiendo cada instante su vagina, sus muslos, sus pechos pegados a mi pecho. Ella gemía suavemente mordiéndose los labios y se corrió varias veces dando pequeños grititos. Creo que estuvimos cerca de dos horas así. Yo me corrí al final de manera dulce pero abundante, derramándome dentro de ella. Luego repetimos el ritual de la ducha. ………. ………. Pasó un tiempo en el que la enseñé todos los secretos del sexo que ella nunca había probado y un día me dijo que ya tenía lo que deseaba y se marchó. ………. ………. Y al cabo de un año un día la vi de lejos paseando un carrito y se la veía feliz con su bebé. Y yo me sentí el hombre más caritativo del mundo.

No hay comentarios: